Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

La tintorera

Si hemos de hacer caso a los signos „y vivimos una época en la que tal vez convendría empezar a planteárselo„ la visita de la tintorera a Portopí y su insistencia tras ser expulsada al mar grande „traducción literal de la maravillosa expresión mallorquina "la mar gran" (alta mar)„ tiene un sentido oculto que debemos averiguar. No nos ha visitado una legión de simpáticos e inteligentes hipocampos y tampoco un armonioso delfín, a cuyo paso todo se pacifica. No: ha sido una inquietante tintorera, de movimientos raudos, mirada helada y dentadura codiciosa. Y no le ha bastado con venir una vez. Han sido dos. El mismo día de su visita, el abogado de Urdangarín tildó de idiota a Ruiz Gallardón „¿por qué se escandalizan algunos?„, hubo un crimen pasional en Santa Ponça y en el PP se cruzaron las espadas, los puñales y las dagas por una poltrona „jubilatoria o para hacer méritos„ en Madrid. ¿Guardan relación estos hechos entre sí? Existen sospechas, pero habría que llamar a alguien que entienda de estas cosas. Un arúspice marino, por ejemplo, si es que existieron alguna vez y supieron leer el futuro en las entrañas de los peces. Porque la tintorera también podría ser una enviada de Neptuno, harto de que su protagonismo marítimo „el que debería tener en toda isla„ le sea arrebatado por las masas de cruceristas „convertidas en asunto conciliar, línea tridentina„ y el escualo sólo sea un aviso de lo que pueda venir. Pacífica la tintorera no era. Al verse cazada por segunda vez mordió la zodiac de la Guardia Civil como sus antepasadas mordían cubos de baldeo, sogas y manos de pescadores. No quería salir de Portopí. Como dicen ahora los cursis (y hay tantos): había venido para quedarse. Y que no la importunaran, pues a los signos no se les debe importunar: nos avisan de que algo peor o mejor está por venir. Su función es sólo transmisora, por muchos y amenazadores colmillos que asomen por su boca. Por mucha mirada gélida que nos retrate, con escalofrío incluido. Del drac de na Coca „que se conserva en el Museo Diocesano„ se tiene la sospecha de que llegó a la isla oculto en una nave y procedente de África o de América. Causó pánicos nocturnos y extravíos, deslizándose por las cloacas de la ciudad vieja (la única que había entonces) y apareciendo sorpresivamente a damas y caballeros. Cocodrilo o caimán, también estaba armado de buena dentadura. De nuestra tintorera lo único que sabemos es que se metió en Portopí por algo y que ese algo no era nadar perdida o buscar refugio. Su visita ha de tener un sentido. No arcano, como dirían los antiguos, sino actual, como llevan tiempo diciendo los modernos. Como si lo actual marcara un antes y un después y hubiera una nada previa y otra posterior y se viviera en lo actual porque fuera de lo actual no se pudiera vivir. Hagamos un experimento y veamos. ¿Resulta de verdad insólita una tintorera? ¿Lo resultaría en la sede del Partido Popular de Balears? ¿Y en las conversaciones entre Més y Podemos? ¿Y en la sala donde se juzga el caso Nóos? ¿Es extraño que entre nosotros habiten las tintoreras o los haya que se muevan „raudos, fríos y codiciosos„ como la tintorera de Portopí? ¿Deberíamos añadirla al escudo de Palma? ¿Sustituir al murciélago por un escualo, perdida ya la poesía en estos tiempos? ¿O debería figurar en la bandera de la isla? Repito: la tintorera de Portopí ni se extravió ni llegó por azar: tenía un cometido, un encargo. La tintorera era „es„ un heraldo, un emisario. No sabemos de qué pero de nada bueno puede ser.

Aunque quizá todo sea mucho menos simbólico y lo nuestro un calentón. Quizá la tintorera haya venido hasta Palma a protestar, como el barco de Greenpeace protesta en alta mar. ¿La causa? El retraso sine die de la puesta en marcha del Museu Marítim de Balears. Neptuno preterido, ya dije. Una vez más, el dinero que podría dedicarse a ese museo „ha ocurrido estos días„ se destina a otros fines y quienes han impedido que se abra en Palma continúan fumándose un puro. El mismo puro que se fuman los escualos en los chistes. Palma „que es la capital de la isla: hay que recordarlo en estos tiempos„ debería tener su museo marítimo hace ya muchos años y siempre surge algún impedimento. O siempre el mismo impedimento. Mientras tanto los mallorquines exponen sus colecciones en otra parte. Y tienen que guardarlas en casa. Es el caso del arquitecto Antonio Juncosa Aysa, que a partir de la semana que viene muestra su estupenda colección de naves de juguete „con piezas magníficas„ en el Museu Marítim de Barcelona: Vaixells de joguina, 1890-1939, se titula la exposición. Durará desde el 20 de mayo hasta el 9 de enero de 2017. Escualos abstenerse. Los demás, si pueden, no se la pierdan.

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