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Patio de colegio

Esta hiperestesia que es una suerte de viaje al pasado. Me refiero a ironizar minúsculamente sobre sandeces conservadoras, cerrilismos católicos o idioteces izquierdistas (tres simples ejemplos) y encontrarse gente que se irrita verdaderamente, como si le citases a la madre. Oiga, que yo soy católico, un respeto y no me frote la cara con el laicismo. Mira a ese cabrito, metiéndose con la izquierda, quién le pagará. Nos llama conservadores desde su fantasiosa superioridad moral, por supuesto, pero es un miserable. Y todo el rato así. Al parecer alguien, mientras dormimos, ha construido alrededor una universidad de los años setenta y hemos regresado a la adolescencia. Personalmente los años que he vivido desde la adolescencia me han enseñado (o eso creo) que las personas no son definidas ni definibles por sus ideas precisamente, sino por la relación que tienen con las mismas. Relaciones de intensidad o tibieza, fideístas o resignadas, inteligentes o tarugas, sinceras o hipócritas, desconfianzas o entregadas, honestas o simplemente instrumentales. Las ideas políticas o religiosas tienen en la vida cotidiana mucho menos peso o influencia que los gustos estéticos, por ejemplo, pero ahora la ideología vuelve a ser una bandera y a confundirse con lo más íntimo de nuestra sangre. Que eso ocurra con lo que se describe incansablemente como una suerte de desilusión democrática es curioso y a la vez muy preocupante. Yo no encuentro a ciudadanos cada vez más informados, exigentes, razonables y reivindicativo. Encuentro a hinchadas. Parafraseando a Joseph de Maestre, uno puede ver diariamente a entusiastas hinchas del PP, del PSOE, de Podemos o de Izquierda Unida, pero ciudadanos, ni siquiera en el partido de Albert Rivera.

Ni los dirigentes políticos ni los cuadros ayudan a salir de esta situación. Son parte integrante de la misma. Lo que realmente produce una irritación legítima es esa evidente voluntad de burlarse de los votantes. Es lo que ocurre cuando desde el PP se valora como un éxito loco sacar 122 diputados, cuando Pedro Sánchez afirma que el PSOE está en buenas condiciones de ganar las elecciones, cuando Pablo Iglesias vuelva a brincar hacia la centralidad de la izquierda con un cinismo de cumbia retrechera, cuando Alberto Garzón, en fin, asegura que el fiasco de la consulta a los militantes de IU (más de dos tercios no participó) legitima su decisión de trazar un acuerdo electoral con los polemistas. Una consulta que se realiza, por supuesto, antes, y no después, de que se decida el programa, el modelo de coalición y la configuración de las candidaturas. "¿Das tu voto a una convergencia electoral sobre la cual no te voy a facilitar un solo dato?" Y Garzón sonríe. Como ciertamente aquí no se juega su fortuna ni su escaño, cabe colegir que, simplemente, este pibe es bobo.

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