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Matías Vallés

Iglesias y Garzón quieren ganar

El éxito de Iglesias y Garzón consiste en haberse emancipado de sus padres, Julio Iglesias y Baltasar Garzón. Un nombre enmarca un destino, que los dirigentes de Podemos y de IU compartirán a regañadientes. Han de suscribirse a ciegas las críticas de sus rivales, ante la repugnante ambición de este par de atolondrados. Como muy bien ha señalado el bipartidismo desfalleciente, es vergonzoso que estos niñatos no solo quieran ganar más escaños que el resto de partidos concurrentes, sino que hagan encima lo posible para lograrlo. ¿Qué será lo próximo, el Barça aspirando a ganar la Liga, el Madrid con pretensiones de ganar la Champions o el sueño de Nadal de ganar Roland Garros?

Descendiendo a terrenos más frívolos, qué hubiera sido de la democracia española si Suárez y González se hubieran empeñado en ganar unas elecciones, antes de Mario Conde y de Panamá respectivamente. Los grandes presidentes jamás aceptaron una componenda en las listas, ni se ajustaron a las cuotas de sus barones. Ni cobraban sobresueldos en negro de sus tesoreros, aunque quizás estamos desvariando en nuestro panfleto. Iglesias y Garzón prostituyen la democracia con sus cambalaches, no debe temblarnos el teclado por utilizar la palabra exacta. Las elecciones funcionaban mejor cuando IU necesitaba medio millón de votos por escaño mientras al PP le bastan 60 mil, según ocurrió el pasado diciembre. ¿O algún venado se atreverá a sostener que un voto de derechas no vale por diez de izquierdas?

Se me ocurren más improperios igualmente equilibrados, pero necesito un párrafo para constatar que Iglesias y Garzón están cambiando la política española, quizás para siempre. No son extremistas, su facilidad para responder a cada insolencia de los medios de masas sigue los mandatos del republicano Rudy Giuliani. No rechazan el balón, la hiperactividad de la pareja resulta molesta hasta que se repara en la inactividad del bipartidismo de enfrente. Los denigran al tiempo que los copian descaradamente. Rajoy les replica desde su acendrado inmovilismo que "no son tiempos para venir al Gobierno a aprender". No ha aprendido nada.

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