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La excepción francesa

En otro tiempo, la excepción francesa era cultural: Mitterrand, rodeado de una pléyade de intelectuales de renombre, quiso que la Cultura estuviera fuera de las reglas mercantiles y de la competencia que configuraron el Mercado Común, hoy Unión Europea. Lo consiguió plenamente, y Francia sigue siendo todavía hoy un reducto singular en los diversos campos de la creatividad.

Hoy, la excepción francesa es vergonzante: la mayoría socialista en el poder son de ese signo el presidente de la República y el primer ministro han impuesto una dura reforma laboral por decreto, saltándose la vía parlamentaria de confección de normas que es la última legítima en democracia pero que en Francia tiene una escapatoria gracias al portillo constitucional del artículo 49.3 de la carta magna de la quinta República. Frente a este exceso, sólo cabe una moción de censura contra el gobierno.

El argumento esgrimido por Valls para justificar el desmán, que consiste en afirmar que su gobierno no ha vacilado al aplicar semejante imposición porque está seguro de que la ley es beneficiosa para los franceses, no hubiera sido mejorado por ningún dictador. En realidad, la derecha democrática tampoco hubiera osado seguramente tomar una decisión tan grave, que parece más propia del Frente Nacional que del venerable socialismo. Quizá en el trasfondo ideológico de este gesto impropio haya que buscar el verdadero origen de la decadencia de la izquierda en Europa.

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