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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Sacralizaciones

Estos días ha sido noticia una nueva polémica, una más, conjeturo, que en el futuro más lejano seguirá produciéndose, sobre la cuestión por excelencia que por sí sola es capaz de generar división encarnizada entre los mallorquines, no el paro en el que están sumidos más de cien mil, ni la indigencia a la que se han visto sometidos tantos de ellos obligados a acudir a la beneficencia, ni la descomunal deuda que tenemos que soportar, ni la corrupción que ha afectado de forma vergonzosa a nuestras instituciones de gobierno, ni la deplorable situación de nuestro sistema educativo, ni nuestros graves problemas ambientales, ni las insuficiencias de nuestro sistema de salud que obliga a tantos a suscribirse a seguros privados, no, la cuestión por excelencia que nos divide es la lengua. Algunos de los hitos de la polémica han sido, por una parte, al hilo del aniversario de la ley de normalización lingüística, la publicación del libro de Joan Font Rosselló i Joan Antoni Horrach Miralles Sa norma sagrada, publicación que ha sido ignorada por parte de los medios encuadrados en la ortodoxia, especialmente los oficiales, que han negado cualquier tipo de subvención al mismo. Por otra parte, la discusión en sede parlamentaria protagonizada por Xavier Pericay y la presidenta Armengol, a propósito de la reclamación por parte del primero de la atención a las modalidades insulares del catalán.

Creo poder opinar sobre la cuestión aunque no sea filólogo. La filología no es ninguna ciencia exacta ni goza de capacidad normativa indiscutible. Según la Wikipedia consiste en el estudio de los textos escritos, a través de los que se intenta reconstruir, lo más fielmente el sentido original de los mismos con el respaldo de la cultura que en ellos subyace. La palabra "lengua" está intrínsecamente ligada a la palabra "habla". La lengua no existe por sí misma, es de los hablantes. Y otra cosa es la lengua escrita. Aunque me parecen muy interesantes las aportaciones de Font y Horrach desde el punto de vista histórico, especialmente la pugna Fabra-Alcover y las vicisitudes de Moll, discrepo respecto a que la lengua formal, escrita, deba atenerse a las formas de la lengua hablada. No sé de ninguna lengua que conozca un poco donde se cumpla este requisito. Ni el castellano, ni el francés, ni el inglés ni el alemán. En este sentido y hasta que alguien me convenza de lo contrario, soy partidario del catalán estándar, aunque, tal como dice el Estatuto en su artículo 14, con la protección de las modalidades insulares, sin perjuicio de la unidad del idioma. No existe un habla idéntica entre un hablante de Palma, uno de Binisalem, uno de Pollensa, uno de Sóller, etc., aunque podamos, a pesar de salar unos y no otros, decir que hablamos en mallorquín. Podríamos decir lo mismo respecto al catalán hablado en Menorca, Eivissa y Formentera. Aunque yo no me siento balear, sino mallorquín. Con más diferencias, con el catalán de Cataluña o el de Valencia. Creo necesario el consenso sobre la lengua escrita, la lengua formal o de "trona" que fortalezca y refuerce la unidad del idioma.

Pero lo que no puedo aceptar es que en un debate parlamentario, la presidenta Armengol que, en palabras de su padre, "se siente muy catalana", responda a las peticiones de Pericay en pos de las modalidades insulares espetándole que es un ultraderechista. Armengol, no puede equipararse con los fanáticos nacionalistas catalanes que en una universidad catalana impidieron hablar a Fernando Savater al grito de fascista. Causa sonrojo que nuestra primera autoridad civil, trate de contrarrestar la argumentación de la oposición, no con otra argumentación, sino con la descalificación y el insulto. Esto no puede sino significar que carece de argumentos y se guarece en el viejo y sectario silogismo nacionalista: si no eres nacionalista (catalán o vasco o gallego) eres fascista. Queda sin explicar el porqué un nacionalista español es fascista y los otros no. El nacionalismo vive en la fantasía autojustificativa de que eres nacionalista de un signo o de otro. No puedes no ser nacionalista. Porque si no vives en esta fantasía se cae el edificio de la construcción nacionalista. Es una concepción pueril del mundo. Que llevó en el siglo XX a la mayor escabechina de la historia.

En un debate televisivo en el que dije que la ley de normalización, después del decreto de mínimos, se había convertido en una ley de imposición con el objetivo de transformar una comunidad bilingüe con dos idiomas oficiales, catalán y castellano, en una comunidad monolingüe catalana al servicio de un objetivo político pancatalanista (la postura de Més ha dejado de ser ya ambigua, apuestan por el referéndum de autodeterminación y los Països Catalans; uno de sus conspicuos dirigentes me tachó hace un año de judío traidor), sin respetar las modalidades insulares, Cristòfol Soler argumentó que tal posición (la de defender las modalidades) era como argumentar el uso en Andalucía del andaluz como lengua formal en lugar del castellano estándar. Es la misma argumentación de los dirigentes de la Obra Cultural Balear (OCB). Yo discrepo. El andaluz hablado no es sino una forma dialectal del castellano estándar. Antes del castellano, durante ocho siglos, en Andalucía predominaba el árabe. No entiendo la comparación. El mallorquín, o el catalán de Mallorca no es ningún dialecto del catalán estándar. Por dos razones. La primera es que no ha existido catalán estándar hasta avanzado el siglo XX. La segunda es que por el hecho de darse en una isla, el catalán de Mallorca se ha conservado mucho más puro y menos contaminado por otras lenguas, como el castellano o el francés, que el catalán de Cataluña. De ahí que nos rechine a algunos, no sé si muchos, que cuando vamos en un autobús de la EMT una máquina nos anuncie las paradas en un catalán del barrio de Gràcia de Barcelona y que cuando lo hace en castellano no pronuncie adecuadamente los topónimos y nos diga Son Moics en lugar de Son Moix.

Un dirigente de la OCB arremetía en una tribuna de este diario contra los que clamaban por las modalidades insulares (a los que calificaba como poseedores de obstinaciones enfermizas) y callaban contra la imposición supremacista del español en cines, etiquetado de productos, megafonía de superficies comerciales, diarios y emisoras de radio, consultas médicas, etc. Creo que confunden los valores y absolutizan sus creencias. Les convendría leer a Montaigne que dice que "la mejor ley es la que consagra la costumbre" y, con los antiguos, que "nada podemos conocer, nada percibir, nada saber; que nuestros sentidos son limitados, nuestras almas débiles, nuestras vidas breves". Desaparecerá el catalán como desaparecerá el castellano, y el inglés, como desapareció el latín, el idioma del imperio más grandioso del historia. Estos asuntos a los que se refiere la OCB no son fruto de ninguna imposición españolista. Tienen que ver con algo que está para el hombre mucho más sacralizado que la lengua: la libertad.

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