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'Tourismus macht frei'

Lo de las inscripciones en contra del turismo empieza a ser un festín. Uno puede leer, en la sugerente calle del Vino, réplicas de quienes se han sentido ofendidos. Ésta, sin ir más lejos, la que encabeza este artículo: "El turismo os hace libres." El lema escuece, pues nos recuerda al pórtico infame que presidía los campos de exterminio en la época nazi. Está claro que el turista también está en su derecho de defenderse y de entrar al trapo dialéctico y callejero. Todo un duelo entre nativos agredidos y turistas vilipendiados. Uno pasea por las calles de Palma con ánimo detectivesco, olfateando nuevas pintadas que enciendan el debate turístico. En el carrer d'es Vi luce esta enorme pintada, y uno no puede evitar esbozar una sonrisa, aunque sea en este caso una sonrisa de insular replicado. Por supuesto, este tipo de duelos hay que tomárselo con cierto humor. Eso sí, la pintada que comentamos, sin duda, huele a gran sarcasmo. Sabemos que el turismo ha traído prosperidad, aunque bajo esta prosperidad late ese punto de servilismo que toda sociedad entregada al sector de los servicios más o menos practica. Lo de la libertad habría que analizarlo con mayor detenimiento y cuidado. La libertad, tema inacabable donde los haya. El autor de la obra, por descontado, no necesariamente tiene que ser un turista o un residente alemán resentido que, para devolver la ofensa, ha sacado a relucir la frase de marras. Y no está comprobado que semejante pintada sea obra de un simpatizante nazi. La autoría es un misterio. Si seguimos sospechando, podríamos incluso concluir que todas las pintadas, tanto las que denigran al turista tildándolo poco menos que de terrorista y colonialista como ésta última, que suena como un sopapo en la cara del mallorquín, pueden pertenecer al mismo autor o a la misma banda grafitera. Todo para caldear el ambiente y generar una leve inquietud en el ánimo de la sociedad.

Uno piensa que la cosa no irá mayores, pero también es cierto que los grandes enfrentamientos y odios dan inicio en la zona de las banalidades. Uno empieza con un empujoncito tonto, con un cachete simpaticón y el tema puede desembocar en una reyerta callejera y, por extensión, en un malestar y resentimiento larvado que acaba por erosionar y envenenar las relaciones amo-esclavo, perdón, turista-nativo. "Un turista, un amigo", rezaba hace ya bastantes años uno de los lemas que iban a servir de reclamo e invitación. Una forma de suavizar el trato con el turista, que ya por aquel entonces empezaba a flaquear. El exceso y la costumbre a ese exceso dan un resultado terrible: la grosería. Como si, en efecto, uno estuviera siempre tratando con manadas de bisontes borrachos. Cuando todo está ya recalentado y cualquier fórmula de cortesía nos da pereza, desde no poner nunca el intermitente cuando se conduce a dejar de saludar o a emitir un gruñido que, en principio, debería de ser de bienvenida y en verdad quiere decir: me molesta su presencia. Lo siento, pero los mallorquines no nos merecemos gran cosa. La belleza de la isla nos supera. Tenemos demasiada suerte. Y ya se sabe que tener demasiada suerte es, al fin y al cabo, preocupante. El exceso de suerte crea, aunque parezca una paradoja, un malestar difícil de entender. Pues uno sospecha que no es del todo merecida tanta bonanza y que, al final del túnel, llega la penitencia.

Pero no nos pongamos tan solemnes, incluso dramáticos. Palma también puede ser deambulada como quien circula por el interior de un museo de arte. Uno puede entrar en el museo del Palau Solleric y adentrarse en el mundo creado por el excelente ilustrador Bartolomé Seguí. Una extensa y minuciosa muestra de su obra, y salir de la sala con la mirada renovada y darse de bruces con un espectáculo de danza en el centro de la ciudad. Y codearse con esos turistas a los que los recalcitrantes autóctonos insultan por escrito. Entonces, hay que reajustar lo pensado. Ver cómo un turista sonríe y aprecia el arte, le obliga a uno a revisar sus estúpidos y peligrosos automatismos y malos humores.

Alguien que está enamorado o eufórico no verá molestia alguna en la numerosa presencia de los turistas. Los verá como un motivo más del paisaje. De ahí que para soportar la masificación, se aconseje al ciudadano una cierta dosis de enamoramiento. Si detecta algún síntoma de irritación, véase usted como un ser enamoradizo. De una persona, de la luz, de lo que sea, y ya verá cómo los turistas acaban formando una masa festiva y amistosa, susceptible de ser celebrada, incluso abrazada. Ciertamente, para ello se requiere una cierta dosis de alegría interior. Aprovechemos, para no caer en la queja continua, esos breves e intensos momentos de amor indiscriminado por todo lo que se mueve. Incluso, y ya sin rubor y absolutamente despendolados, gritar al unísono y en un perfecto alemán: Tourismus macht frei!

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