Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Hace dos o tres años, en un encuentro de columnistas, le oí decir a un poeta muy conocido que no había derecho a que los bancos controlaran todos los medios de comunicación. Y lo dijo así, sin cortarse un pelo, como si todas las radios y los periódicos y las televisiones que en este país son muchas y de muy variadas tendencias, como puede comprobar cualquiera que tenga ojos y oídos pertenecieran a los mismos bancos y dijeran y repitieran las mismas cosas: pura propaganda, pura ocultación de hechos, pura mentira institucionalizada.

El coloquio se celebraba ante alumnos de Periodismo, y una de las cosas que más me sorprendió porque yo estaba allí arriba fue que nadie replicara o contradijera la frase del poeta. Incluso vi que muchos asistentes (la sala estaba llena) asentían con gestos muy gráficos. Para esos asistentes, estaba claro que la prensa estaba en poder de los bancos, así que la libertad de expresión era cuando menos un asunto discutible o que no estaba nada claro. Y aquella unanimidad demostraba una vez más que la visión conspiranoica de la vida seguía siendo la única forma de entender el mundo, tanto en el caso del poeta como en el de muchos alumnos de Periodismo. Si los periódicos y no todos, sino tan sólo algunos estaban en poder de los bancos, no era por la crisis gravísima que estaban sufriendo, sino por la pérfida voluntad que movía a los banqueros a defender sus intereses y a manipular a los lectores. Todo era así de simple. Y así de falso.

Cuando me llegó el turno de hablar, tuve que decir que los bancos se habían hecho con el control de muchos medios de comunicación, sí, pero no porque tuvieran un especial interés en controlar la prensa, sino porque la crisis brutal provocada por la irrupción de Internet había obligado a muchas empresas a endeudarse hasta extremos insoportables, así que muchas de ellas habían terminado en poder de los bancos. Pero eso no había ocurrido por una especie de voluntad maléfica de los banqueros en su deseo por controlar y manipular, sino por la crisis que habían sufrido los medios de comunicación escrita en este nuevo milenio. Y aun así, la prensa había resistido. Hacia el año 2010, muchos de nosotros dudábamos de que pudiera seguir adelante. Por suerte no se habían cumplido los malos presagios, y allí estábamos, hablando de la prensa en un auditorio, frente a estudiantes que pensaban dedicarse si las cosas iban bien a este mismo trabajo.

Por lo visto, Pablo Iglesias opina lo mismo que muchos de los asistentes a aquel coloquio. Según ha dicho estos días, la prensa responde tan sólo a los intereses de unos pocos privilegiados y hoy en día "privilegiado" significa corrupto, mentiroso y evasor fiscal, y quizá cosas aún peores, así que hay que introducir un control sobre la prensa y los medios de comunicación. Un control democrático, añade enseguida, poniendo mucho énfasis en la palabra "democrático", igual que hacían aquellas enfermeras que intentaban quitarnos el miedo al ponernos una inyección de hierro vitaminado: "Duele, sí, pero ya verás lo fuerte que te pones". Y claro, todos teníamos que tragar. Ahora bien, ¿cómo se ejerce el control democrático? ¿Quién lo dirige? ¿Y en nombre de quién? Porque ahí está el problema.

Se dirá que las empresas ejercen su control sobre la información que ofrecen, y eso es indiscutible, pero por fortuna en este país hay docenas de medios de comunicación distintos, en papel y digitales, y son de todas las tendencias Pablo Iglesias, por cierto, cuenta con el apoyo incondicional de dos o tres cadenas privadas de televisión, cosa que no tienen otros candidatos, así que ese control empresarial está compensado por la multitud de medios que uno puede seguir y leer y escuchar. El problema, por tanto, no es el de la propiedad de los medios, que de momento no parece que esté concentrada en unas pocas empresas o bancos, sino en el deseo de controlar todos repito, todos los medios de comunicación en nombre de no se sabe muy bien qué: la democracia, el pueblo, la gente, la voluntad popular, cualquiera de esos entes abstractos detrás de los cuales siempre hay unos cuantos burócratas a las órdenes de un dictador que impone su voluntad, igual que en el ministerio de la Verdad de 1984. Todo esto es evidente, y son cosas que hasta da vergüenza decirlas, pero en vista de los tiempos que corren, será necesario decirlas una y dos y mil veces más.

Compartir el artículo

stats