Diario de Mallorca

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En cuatro meses largos, los partidos políticos han sido incapaces de llegar a un pacto suficiente para que la legislatura eche a andar. A juzgar por lo sucedido en este tiempo se diría que ni siquiera lo han intentado en serio, por mucho que todos ellos se llenasen la boca hablando de su voluntad de diálogo y su compromiso por la búsqueda de soluciones. A la hora de la verdad quienes se sentaron a la mesa de negociación, que por una u otra razón no lo hicieron quienes sumaban de lejos la mayoría parlamentaria más alta, esos que sí escenificaron las negociaciones, digo, llevaban una agenda cargada de líneas rojas, vetos y concesiones ridículas. Algunos ni siquiera hicieron como si quisiesen pactar y se levantaron de la silla sin haber llegado a calentarla. El intento final de Compromís de un acuerdo de gobierno reducido a treinta puntos, o el esfuerzo postrero del secretario general del PSOE proponiendo un gobierno con independientes, parecen un gesto positivo frente al inmovilismo absoluto de Rajoy o las espantadas de Iglesias. Pero sólo si se consideran de una forma superficial. Es hace cuatro meses, y no el último día, cuando era cuestión de buscar la fórmula mágica capaz de lograr el acuerdo.

El único acuerdo alcanzado, el de Ciudadanos con el PSOE, era como todo el mundo sabía papel mojado sin acompañarse de la abstención o bien del Partido Popular o de Podemos en alguna de las sesiones de investidura. Que se haya llegado a ellas sin obtener antes ese apoyo imprescindible deja bien a las claras el carácter de comedia de esta legislatura fallida. ¿En verdad creyeron alguna vez los estrategas del candidato a presidente Sánchez que la escenificación en las Cortes bastaría para lograr lo que no pudo armarse tras las bambalinas del decorado?

Esta comedia bufa tiene sin embargo un final tremendo porque la llamada a las urnas se va a reiterar en la peor de las condiciones imaginables, con la ciudadanía harta, la administración detenida, la tímida recuperación económica maltrecha y Europa exigiendo más ajustes. Las encuestas dicen que los resultados van a calcar los del 20 de diciembre de 2015 y eso sería aún lo mejor imaginable porque existe el riesgo de que la abstención sea gigantesca, yendo a votar sólo los más fieles seguidores del fundamentalismo de la izquierda o la derecha. En previsión de que se dé la huida de votos, todos los partidos han echado la culpa del fracaso en las negociaciones al otro, con un último y patético intento de ocultar lo obvio.

Cabe preguntarse si era necesario pasar por esta sucesión de disparates. En particular es interesante hacer un ejercicio de política ficción: si quienes diseñaron el reglamento electoral hubiesen podido prever un resultado así en cuanto el bipartidismo se ha tambaleado, si existiese una norma que dijera que ninguna cabeza de lista puede repetirse en las nuevas elecciones, ¿creen ustedes que les habría sido tan difícil a sus señorías alcanzar un pacto?

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