Todas las opciones están sobre la mesa, pero ninguna parece posible. La más sencilla, algún tipo de acuerdo entre los dos mayores partidos, es la más improbable. Solo una inesperada sorpresa puede ya evitar la repetición de elecciones. El desfile protocolario de los líderes políticos hacia el despacho del Rey, con apretón de manos, intercambio ritual de palabras y parada ante las cámaras, abrirá por tercera vez el ceremonial de los pasos que deberían conducir a la investidura. Concluirá minutos después con la reaparición escalonada de los dirigentes de los grupos parlamentarios ante los periodistas, dispuestos a dar sus explicaciones. En esta ocasión, se prevé una comparecencia breve, con caras largas y sin apenas expectación por lo que se vaya a decir. Las escenas que tengan lugar merecerán chanzas similares a la que congregó a varios miembros del eurogrupo en torno al ministro de Economía. Pero esto no es un juego. El momento político de España es harto complicado.

La última ronda de conversaciones se espera como la consumación de un fracaso. Y lo peor no es que los partidos no cumplan con su responsabilidad de formar gobierno, sino la sensación que deja entre los ciudadanos el modo en que la han ejercido. No han sido capaces siquiera de mantener unas conversaciones dignas de tal nombre. El signo de las relaciones entre los partidos ha sido la exclusión. Unos ni han dialogado, lograr que otros se sentaran a hablar ha sido una odisea, y hubo intercambios que terminaron al instante de haber comenzado. El único acuerdo surgido de tanto desencuentro, el firmado por el PSOE y Ciudadanos, insuficiente, no pudo ampliarse por el veto que cada uno puso al interlocutor preferente del otro. El resumen es un fiasco histórico, que ha llamado la atención de medio planeta.

La figura que dibuja nuestro país no puede ser más deslucida. Se ha puesto de manifiesto que la sociedad española carece de un plan de futuro claro, tiene unos políticos muy mediocres y está políticamente dispersa. Olvidémonos de la segunda transición y otros cuentos. A la muerte de Franco, la democracia liberal era un deseo compartido y el único destino concebible de los españoles. Aquellos políticos, algunos de ellos procedentes de la guerra civil, comprendieron lo que había que hacer y para hacerlo elevaron la política a obra de arte. La profesora G. Blakeley, de la británica Open University, sostiene que la transición fue una demostración de "herestética", un concepto en boga inventado en los años ochenta por el gran politólogo americano William Riker, que se refiere a algo más que la astucia, la retórica o la persuasión y consiste en la capacidad que tienen los buenos políticos de forzar los acontecimientos, sin recurrir a la coacción ni al chantaje, para inclinar una situación hacia sus propósitos y conseguir que lo que debe ser, sea. Esta habilidad no abunda en la política española actual. Los líderes políticos no han entendido las aspiraciones colectivas, han leído mal los resultados electorales y, con la inestimable colaboración de algunas cadenas de televisión, se están dejando vencer por su lado más histriónico. La idea de que estamos llamados a la misión histórica de provocar un cambio se ha convertido en el fetiche de unos y la muleta de otros. Hace falta cierto sentido de la realidad y mucho pragmatismo para reconocer nuestro lugar en el mundo y encarar los pesados problemas que tenemos con la determinación de llevar a cabo, en primer lugar, las reformas que sean necesarias. Eso sería suficiente por hoy.

Por el contrario, vamos a nuevas elecciones sin un gobierno que rinda cuentas de nada porque lleva al menos medio año de brazos cruzados. Se presentarán los mismos candidatos y se repetirán los discursos consabidos. Todo ello aderezado con el señuelo de alguna palabra mágica nueva y una puesta en escena remozada. Ojalá nada de esto se cumpla, pero en España la cadena de la democracia se ha salido y la vida política no avanza, está empantanada. Quizá no venga mal un tiempo muerto para reflexionar. Los ciudadanos tendríamos que pensar cómo debemos actuar cuando los políticos en conjunto han abocado al país a una situación en la que el gobierno ha dejado de funcionar y no ofrece resultados. Hasta ahora, los políticos no habían fallado de esta manera, pero no sería la primera vez que superamos las dificultades gracias al buen criterio con que los ciudadanos han adoptado sus decisiones electorales.

* Profesor de Ciencias Políticas