A medida que nos vamos haciendo mayores vamos olvidando aquellas medidas de prevención que tan importantes fueron cuando éramos niños. Me estoy refiriendo, como resulta evidente, a las vacunas. Cuando somos niños nuestros padres se encargan de velar por nosotros y encargarse de que vayamos recibiendo las vacunas y las dosis que nos corresponden según la edad. Pero al alcanzar la mayoría de edad, digamos los 18 años, nos independizamos y ya queremos tomar nuestras propias decisiones personas, así lo contempla incluyo la ley, incluyendo las de prevención y protección de la salud.

Es cierto que la mayoría de programas vacunales terminan antes de esa edad, pero esto no significa que tengamos que olvidarnos de ellas. Si hacemos deporte, comemos adecuadamente y estamos sanos, afrontaremos la vida sin dificultades añadidas. Por ello en esta eterna juventud parece que las vacunas es un tema de niños o, como mucho de ancianos. Este pensamiento no es del todo cierto, pues ciertas vacunas, como la del tétanos, deben reactualizarse de una forma periódica para conseguir estar protegidos a lo largo de toda la vida.

Debe recordarse que ciertas enfermedades, tales como la rubeola, sarampión o varicela, que tienen escasas complicaciones cuando se sufren en la infancia, su falta de vacunación determina que en el adulto alcancen tasas de complicación cercanas al 25% y con una mortalidad, por complicaciones, no despreciable. Es por ello que debemos ser conscientes de nuestro estado vacunal a lo largo de toda la vida y muy especialmente cuando en el entorno cotidiano aparece algún caso de enfermedad prevenible. En la actualidad se presentan más casos de sarampión en mayores de 25 años que en la infancia.

De este modo las principales razones para recomendar la vacunación en el adulto serían, el hecho de no haber sido vacunado durante la infancia, por no disponer de vacuna (sarampión), por ser vacunas que deben reforzarse periódicamente (tétanos, difteria), por disponer actualmente de presentaciones vacunales especialmente diseñadas para el adulto (gripe) y la aparición de vacunas nuevas (herpes zóster). En general el adulto no recibe las mismas prioridades vacunales que el niño, y esto es debido a una falta de programas de vacunación claros y concisos para esta etapa (o una escasa difusión de los mismos) y una información inadecuada de las indicaciones, beneficios y disponibilidad de las vacunas en el adulto, así como, en ciertas ocasiones, una sobrevaloración de sus efectos secundarios y contraindicaciones.

En nuestro país existe un calendario vacunal del adulto procedente del ministerio de Sanidad, que se complementa con ciertas recomendaciones específicas por parte de algunas comunidades autónomas. ¿Quién debe protagonizar la vacunación del adulto?, en mi opinión los médicos de familia que atienden y conocen a cada uno de sus pacientes. En un estudio realizado en este colectivo, el 85% afirmaba que debían desempeñar un papel más activo en intentar aumentar la cobertura vacunal; un 67% estaba de acuerdo en la necesidad de preguntar al paciente sobre su situación vacunal; el 44% apoyaba que cualquier contacto con el sistema sanitario debía ser aprovechado para actualizar la cartilla vacunal del adulto, pero sólo el 10% reconocían haber recomendado alguna vacuna en el último año de forma rutinaria a sus pacientes.

Nadie puede negar la tendencia de las sociedades actuales hacia su envejecimiento global; los porcentajes de mayores de 85 y cien años se incrementan de forma alarmante. Por ello debemos empezar a plantearnos un calendario vacunal para todas las edades y no uno de la infancia y otro del adulto. Todos queremos vivir muchos años y además hacerlo con la mejor calidad de vida, pero nuestro sistema inmunológico todavía no está preparado para ello. Con el paso del tiempo se produce una inmunosenescencia, es decir un envejecimiento inmunológico, que dificulta el mantenimiento del recuerdo inmune obtenido en los primeros años de vida. Por ello es muy necesario afrontar estas etapas avanzadas con un programa vacunal, quizás de la persona mayor por no decir anciano (mayores de 65 años), que contemple reactualizaciones vacunales y nuevas vacunas destinadas a afrontar y prevenir algunas enfermedades como la gripe, el herpes zóster y las infecciones neumocócicas.

Disponemos de un nuevo arsenal de vacunas que nos van permitir mejorar la calidad de vida del adulto, e incluso de la persona mayor, algunas de ellas amparadas por la sanidad pública y otras todavía no. Cuando hablamos de adultos no podemos olvidar a las mujeres embarazadas, a las que ya he hecho referencia en alguna ocasión, ellas deberían recibir de una forma rutinaria la vacuna de la gripe y de la tosferina.

Llegaremos a vivir muchos años, pero nuestro lastre será un conjunto de enfermedades crónicas (hipertensión, diabetes, cardiopatías) que pueden fácilmente descompensarse con una infección gripal o herpética. De este modo nuestra responsabilidad es promover la vacunación en la etapa adulta de nuestra vida a través de enfatizar la vulnerabilidad de estas personas frente a enfermedades prevenibles, aprovechar las oportunidades asistenciales para promover las vacunaciones y formar equipos de profesionales sanitarios capaces de informar y concienciar a esta población.

Es triste que algunos adultos expliquen que no se vacunan debido a que nadie se lo ha mencionado ni recomendado, no saben de qué deben vacunarse y a una falsa creencia basada en que las personas sanas (¿hay ancianos sanos?) no necesitan vacunarse. Estamos celebrando la semana europea de la vacunación y es el momento de recordarnos, los que todavía somos adultos, y de recordar a nuestros mayores (padres y abuelos), que las vacunas son para toda la vida y que deben adaptarse a cada período vital. Este comportamiento será nuestra enseñanza para nuestros hijos y como ya dije las vacunaciones son una cadena generacional que no debería romperse jamás.

(*) Doctor de la Unidad de Virología del Hospital Universitario Son Espases