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Del rey abajo, ninguno

La próxima semana habrá de llegarse a un acuerdo y consiguiente debate de investidura o, en caso contrario, se disolverán las Cortes para encarar nuevas elecciones el último domingo de junio. Eso es lo que don Felipe pretende dirimir, entre mañana y el martes, a través de una tercera ronda de consultas, aunque la mayoría nos tememos que la obra de Zorrilla, título de la columna, venga al caso que ni pintada. Ninguno salvo el Rey va a estar por la labor, y podría suponerse que el Zorrilla dramaturgo supiera con anticipación de los zorros que convocaría el monarca unos siglos después.

Se ha llegado al esperpento que nos siguen ofreciendo, con argumentos falaces de los que todos participan aportando su personal toque. Para empezar, la interpretación de los resultados electorales se hace de modo sesgado y en función de intereses partidistas. No hay una "voluntad ciudadana", como suelen decir, que legitime ninguna de las posibles coaliciones por sobre la contraria, sino distintas opciones votadas en diferentes porcentajes y, desde esa óptica, cualquier suma se haría por sobre el sentir de los electores, que no se la plantearon al depositar el voto. El partido con más escaños no representa a una mayoría (que en su conjunto se ha decantado por otros), y cualquiera de ellos puede intentar el acuerdo a partir de opiniones distintas, lo que es a la postre esencial en democracia tras asumir que no estamos frente a buenos y malos, como todos se empeñan en proclamar con argucias dialécticas varias.

Sin embargo, cada facción tiene su peculiar modo de vestir la realidad, de identificar sus postulados con la verdad y, pese a saber todos que de la ideología no se puede hacer ciencia, dicha obviedad no ha permeado las actitudes y comportamientos de ninguno de los líderes que volverán a ser convocados para salir de un atolladero que se antoja por el momento sin solución, lo que explica que, en el ardor del debate, algunos hayan dicho que están, no impelidos, sino condenados al pacto y, con semejante apriorismo, la solución se bate de momento en retirada.

La derecha que representa el PP, nos augura un sombrío futuro de no contarse con ellos, pese a que todos los demás se acusen recíprocamente, como el peor de los pecados, de favorecer su continuidad. Los partidos de izquierdas poco o mucho siguen, como acostumbran, creyéndose exclusivos depositarios del tarro de las esencias y, en cuanto al centro (centro derecha los de C's o centro izquierda el PSOE, si acaso fuesen razonables dichas adscripciones), es tradicional el rechazo hacia quienes se sitúan a uno u otro lado de sus temblonas fronteras, lo que ejemplifica la recomendación de Portela Valladares allá por 1936 y antes del triunfo del Frente Popular: "Huir tanto de la demagogia roja como de la blanca". Por seguir en el símil, lo que se llamó entonces "bienio negro" podría ser hoy el semestre de igual color, a contar desde las pasadas elecciones a las que se avistan porque, en días pasados y del Rey para abajo, no ha habido signo alguno de distensión que permita augurar cualquier pacto operativo.

Se sabe de antiguo que la sabiduría está en el tránsito y, a lo que parece, los líderes han tomado el rábano por las hojas y pretenden seguir el camino hacia ninguna parte por no abdicar de una cordura que, hasta aquí, todo lo más se les supone. En esa línea, renuncian a elegir por lo que pudiera suponer de abdicación, negándose a asumir que el equilibrio de los contrarios en palabras de Empédocles, y no precisamente ayer es el secreto del universo y, en el terreno que nos ocupa, condición sine qua non para la gobernabilidad. Ninguno de ellos interactúa para lo que no sea depredación o parasitismo, lo cual revela a las claras que anteponen el protagonismo a otras consideraciones, haciendo imposible cualquier alianza para avanzar en el progreso y la justicia social con que se llenan la boca. Prima el oportunismo y, ante la eventualidad de una connivencia que distribuyese poder y prerrogativas, están dispuestos a prolongar la precariedad y arriesgarse de nuevo en espera de salir favorecidos.

El PP puede suponer que el marasmo actual podría decantar la balanza a su favor incluso por sobre las corruptelas que lo encenagan. Podemos, de presentarse junto a IU, tal vez compensaría el deterioro de su imagen en estos meses, C's saldría beneficiada en la mayoría de encuestas y por lo que hace al PSOE, quizá considere que haber sido el único con bemoles para colocarse en trance de investidura, podría suponerle un rédito suplementario en los siguientes comicios.

Sea como fuere, la semana próxima terminará la pantomima y de nuevo, con toda probabilidad, otra vuelta a empezar para que los espectadores asistamos al aburrido más de lo mismo; la culpa del fracaso ha sido de los demás y, por sobre todos ellos, sobrevolará el miedo más antiguo: el miedo a lo desconocido. Aunque se guardarán muy mucho de decirlo. Como tantas otras cosas, y es que silencios o salidas por la tangente son actitudes propias de la casta, desde el pasado diciembre multiplicada.

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