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Desfachatez

Todo indica que el martilleo incesante de la corrupción ha curtido a los ciudadanos, que han dejado de inmutarse hace tiempo cada vez que aparece un nuevo escándalo. La riada de irregularidades a lo largo de la anterior legislatura ha sido de tal magnitud que se ha agotado la capacidad de indignación y apenas quedan fuerzas para fruncir el ceño e interiorizar la ira. Pero lo grave es que, al advertir este aparente reflujo de las reacciones airadas, la clase política ha dejado también de mostrar preocupación por las nuevas revelaciones, de modo que la respuesta que los líderes concernidos por cada nueva noticia de más indecencias cometidas por políticos es cada vez más tibia. Diríase que la clase dirigente, con la aquiescencia de la ciudadanía, está dado por rutinarios e inevitables unos hechos indecentes que en modo alguno pueden considerarse normales en un estado de derecho, en una democracia sometida a los controles que son usuales en esta clase de regímenes. Dicho de otro modo, empieza a advertirse en algunos líderes una inadmisible desfachatez, que se traduce en la aceptación resignada de lo que está sucediendo a su alrededor y en su partido, como si se tratara de algo inevitable, como la lluvia en primavera o la caída de las hojas en otoño. Habrá que observar con más detenimiento estas conductas porque, si se confirman, será necesario volver de nuevo más expresiva nuestra indignación de ciudadanos cabales y honrados.

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