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Llorenç Riera

Terrorista escondido en la vida cotidiana

Se suele dar por sobreentendido que los terroristas con etiqueta yihadista y las acciones criminales que perpetran tienen su mejor campo de cultivo y crecimiento en los barrios marginales y en el seno de familias desestructuradas de la inmigración. En muchos casos es o ha sido así, pero la preparación de los atentados ya no responde siempre a estas coordenadas. Tras los últimos desastres de París y Bruselas se ha detenido a terroristas con claro perfil de estudios académicos, cierta estabilidad laboral y social y vida normalizada, por lo menos en apariencia, dentro del anonimato de las grandes urbes europeas.

Este parece ser también el caso de Mohamed Harrak, el marroquí de 26 años arrestado el martes en Son Gotleu bajo la grave acusación de reclutar desde Palma a terroristas para ir a Irak o Siria y constituir por ello y sus vínculos con el Estado Islámico, un claro peligro para la seguridad nacional, según ha especificado el ministerio del Interior.

La cónsul general de Marruecos en Mallorca, Hanane Saadi, ha indicado que los jovenes que se radicalizan "son víctimas de la exclusión que se convierten en enemigos de Marruecos, de España y del Islam". Los últimos comportamientos demuestran que solo se puede generalizar por lo que respecta a la segunda parte de la afirmación y que, en el caso concreto de Mohamed Harrak, no parece idóneo hablar de marginación social. En todo caso, debe hacerse de autoexclusión bien escondida en las estructuras sociales normalizadas y cuya amenaza solo ha sido posible detectar gracias a la eficacia del trabajo de los cuerpos de seguridad

El simple hecho de residir en Son Gotleu no implica marginalidad ni asegura delincuencia, pese a las inmensas carencias estructurales de la barriada, aunque, eso sí, otorga un considerable plus de dificultad a la convivencia y, en bastantes casos, de desarrollo personal. Por eso el entramiento terrorista encuentra escondite en la diversidad de la barriada palmesana del mismo modo que, salvando las distancias, lo halla en la periferia de París o los suburbios de Bruselas. Mohamed Harrak residía con su padres y dos hermanos en un piso adquirido por el progenitor. Había trabajado como cocinero en un hotel de Santa Ponça y ejercido de árbitro colegiado de baloncesto durante ocho años. Nada anormal en apariencia, por eso la sorpresa ha sido mayúscula. Solo las contradicciones de su cuenta de Facebook podían detectar alguna anomalía. Pero en ella también había mensajes de rechazo a los atentados de París y citas de Martin Luther King.

Existe una afinidad terrorista con gran capacidad de camuflaje entre inmigrantes de segunda generación. En ella no se puede hablar de marginación absoluta pero sí de desarraigo y falta de voluntad integradora para hacer compatible la cultura de origen con la de acogida. Es un terreno muy complejo en el que sin embargo resulta imprescindible introducirse para conocerlo desde su propia realidad y extinguir sus males y carencias.

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