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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Cataclismo

Veo los libros que mi hija tiene en su escritorio mientras prepara los exámenes de Selectividad: La celestina, un texto sobre Historia Española del siglo XIX, otro manual sobre Economía de la Empresa, otro sobre Lingüística, otro sobre comentarios de textos. Hay otros más que ni siquiera miro. Que mi hija pueda preparar sin problemas ese examen la convierte en una privilegiada, que conste. Y también que tenga todos esos conocimientos a su alcance gracias a una enseñanza pública que de momento sigue funcionando razonablemente bien (a pesar de los fallos garrafales de las leyes educativas, concebidas en términos puramente ideológicos que olvidan las necesidades reales de los alumnos). Ahora bien, todos esos libros que estudia mi hija, ¿le van a servir de algo en su futura vida laboral? Y peor aún, ¿tiene una remota esperanza de alcanzar alguna vez algo parecido a una vida laboral?

Ahí está el problema. Porque estamos viviendo, por primera vez en la historia, en un mundo que va cambiando a tal velocidad que apenas puede asentarse sobre unos conocimientos sólidos y perdurables. Todo se asienta sobre un magma de realidades cambiantes que apenas duran y se esfuman o se transforman en otras no menos fugaces y volátiles. El mundo de la Ilustración con la Enciclopedia y los grandes pensadores del siglo XVIII hizo posible el surgimiento de la democracia tal como ahora la conocemos, desde la declaración de independencia americana con su maravillosa declaración inicial: "Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres han sido creados iguales", hasta la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de la Revolución Francesa, en 1789. Y ese mundo, con altibajos e interpolaciones, ha llegado casi intacto hasta nosotros. Digamos que todas nuestras instituciones y toda la arquitectura moral que las sustenta se fundan en esos textos y en esas ideas. Y eso esos textos, esas ideas es más o menos lo que estudia mi hija para la selectividad.

El problema es que el mundo en el que vive mi hija ya no tiene nada que ver con ese mundo de conocimientos y de ideas que de repente se han vuelto arcaicas. Y lo mismo se podría decir de un mundo en el que aún existían las playas más o menos vírgenes, el agua limpia, el silencio, la intimidad, la introspección o el simple deseo de vivir al margen del estruendo de millones de aparatitos conectados entre sí para intercambiarse mensajes estúpidos o vídeos hechos por y para cretinos. Ese mundo existía, sí, y perdura aún. Pero tiene los días contados, si no se ha terminado ya.

Y eso es algo que no sé si nos atrevemos a tener en cuenta. La población mundial va aumentando a un ritmo que hace prácticamente imposible una convivencia más o menos pacífica entre muchos habitantes del tercer mundo y los habitantes del mundo desarrollado (el drama de los refugiados nos lo está haciendo ver de forma descarnada). Y aparte de eso, la robotización está aniquilando millones de puestos de trabajo que jamás se van a poder reemplazar, al tiempo que la destrucción irreversible del medio ambiente está poniendo en peligro la supervivencia de muchos lugares del planeta. Las empresas tienen cada vez más problemas para ser rentables, a no ser que practiquen una política laboral que se funda en la explotación más descarada de los trabajadores. Y en esas condiciones, uno se pregunta de qué sirve conocerse La celestina o la economía de la empresa o la historia española del siglo XIX. Por supuesto que los que no sepan nada de estas cosas estarán condenados a vivir en condiciones de semiesclavitud laboral. Lo malo es que saber todo eso tampoco va a garantizar nada a la hora de encontrar un trabajo digno.

Y lo más preocupante de todo es que mucha gente muchísima gente parece ignorar estas cuestiones elementales que deberían ser evidentes para todos nosotros. Porque hay millones de ciudadanos que aún creen que cambiando de gobierno se podrá revertir por completo esta catastrófica tendencia histórica. Es decir, que si gobierna la izquierda en vez de la derecha o al revés, ya no existirá la amenaza de la robotización ni la precarización del empleo ni la destrucción del medio ambiente. Y para esta gente, un simple cambio de política en el Boletín Oficial un mero pase mágico, alehop será capaz de solventar ese cataclismo social que está destruyendo poco a poco o más bien muy deprisa los cimientos de ese antiguo sistema jurídico y social que hemos dado en llamar civilización. Pobres de nosotros, si no somos capaces de darnos cuenta de lo que ocurre. Sí, pobres de nosotros.

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