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Antonio Papell

Tertulianos

Diego Gambetta, un científico social italiano que enseña en el Nuffield College de la Universidad de Oxford, publicó hace ya casi veinte años un espléndido ensayo titulado 'Claro!': An Essay on Discursive Machismo, que es invocado pertinentemente por Ignacio Sánchez-Cuenca en su reciente obra La desfachatez intelectual, muy polémica pero que ha abierto muchas ventanas al oscurantismo de este país.

Pues bien: la "cultura del Claro" de Gambeta, con la que se practica el "machismo discursivo", muy utilizado en el sur de Europa y en Latinoamérica, describe el procedimiento dialéctico basado en la opinión tajante y contundente, rotunda, que no deje resquicio a la duda, y que se utiliza en lugar de cualquier argumentación. El opinante que vierte sus asertos con suficiente énfasis ya se ha cargado en apariencia de razón, ve como sus tesis prosperan y está en condiciones de dar por ganada la controversia.

En su ensayo, Gambetta distingue dos tipos de cultura intelectual, la analítica y la holística (el holismo es una posición metodológica y epistemológica que postula cómo los sistemas ya sean físicos, biológicos, sociales, económicos, mentales, lingüísticos, etc. y sus propiedades deben ser analizados en su conjunto y no solo a través de las partes que los componen). La cultura analítica se basa en construir el argumento mediante pequeños elementos, algunos de los cuales derivan directamente de la realidad, mientras otros se van superponiendo según las reglas de la inferencia lógica. Naturalmente, este método requiere pericia en el asunto de que se trate y cierta habilidad intelectual para construir el razonamiento.

En la cultura holística, en cambio, se supone que el conocimiento constituye un bloque compacto, sin fallas ni dudas, de forma que quien interviene en la esfera pública tiene opiniones fuertes sobre todo, y las emite con autoridad, que proviene de la contundencia del enunciado y del desparpajo que muestre el emisor. En la cultura holística explica Sánchez Cuenca el debate se entiende en términos agónicos, como si fuera un pugilato. Lo que se busca es destrozar al contrario, arrinconarlo y golpearlo hasta el KO. En la cultura holística no se busca el mejor argumento, el de mayor coherencia lógica o el que cuente con un respaldo empírico más sólido: la razón o no del argumento depende de la potencia del emisor, de que sea un intelectual acreditado, o un novelista de prestigio, o un periodista de influencia, con capacidad para imponerse al contendiente. Y, por supuesto, en este marco conceptual no caben las dudas ni las rectificaciones ni los matices, que mostrarían una inaceptable debilidad. Como es lógico, el súmmum de la brillantez se manifiesta mediante la habilidad para el ataque personal, ya que un golpe bien asestado que no reciba la debida respuesta ya permite dar por ganado el combate.

Es difícil al hallar esta inteligente clasificación de las actitudes polémicas no llevar el discurso al territorio de los tertulianos, en que es muy manifiesto el contraste entre quienes se comportan con criterio analítico tratan de razonar y de ilustrar al espectador/oyente con razonamientos basados en los hechos, y los que actúan con criterio holístico, de exposición continua de axiomas sin contraste lógico y apenas respaldados por la capacidad persuasiva del individuo en cuestión, dispuesto al grito y al dicterio en cualquier momento, y absolutamente decidido a laminar a cualquiera que ose llevarle la contraria y discrepar de él. El tertuliano energuménico es un especímen abundante en nuestras televisiones, que además es cultivado con mimo por algunas de ellas porque contribuye decisivamente a dar espectáculo y a generar audiencia. Conviene sin embargo que el espectador avisado tenga in mente las tesis de Gambetta para no caer en las redes del "machismo discursivo", tan mediterráneo como detestable.

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