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Antonio Papell

Corrupción: escalada insoportable

En esta recta final del presumible fracaso del proceso negociador entre partidos, que obligará a convocar nuevas elecciones, no han dejado de surgir nuevos escándalos del Partido Popular, que sitúan en posición agónica no sólo a esta formación política sino también a su líder, cada vez más invalidado para revalidad la presidencia del gobierno. Quien ha estado al frente de los destinos del país en los últimos cuatro años y del Partido Popular en los últimos doce no puede quedarse al margen de un aparatoso descenso a los infiernos de la corrupción, que por fin ha alcanzado a su círculo político más cercano, el del gobierno. Poco después de alardear ante un periodista de La Sexta de que este ámbito permanecía indemne.

Las contradicciones del ministro Soria en la defensa imposible de su inocencia han terminado provocando su inevitable dimisión. El hecho de nombrarle ministro ya fue una temeridad dado que este personaje ya se sentó una vez en el banquillo, acusado de recibir favores de empresarios hosteleros, como el noruego (ya fallecido) Björn Lyng, aunque en aquella ocasión salió indemne y rehabilitado de la prueba. En cualquier caso, y aceptando incluso la plena inocencia del hasta ahora titular de Industria no basta el certificado de penales para certificar la idoneidad de un aspirante a ministro, es inquietante y políticamente inaceptable que un miembro del gobierno del Reino de España tenga o haya tenido sociedades offshore en paraísos fiscales. Tampoco parece muy razonable pasar por alto que la consorte de nuestro comisario europeo esté en una tesitura semejante.

Por otro lado, las actuaciones judiciales contra el alcalde de Granada, un personaje considerado cercano a Mariano Rajoy y a Javier Arenas, añaden una nueva chincheta al mapa de la corrupción del PP, que ya parece un gigantesco acerico? Evidentemente, estos dos elementos nuevos que emborronan la imagen PP impiden que salgan adelante las últimas iniciativas que pudieran plantearse en pro de la gobernabilidad antes de que el Rey haya de optar por la disolución de las cámaras y la convocatoria de elecciones.

El alud de episodios indecentes ha arrollado a la cúpula dirigente del Partido Popular, que evidentemente no ha participado de este inconmensurable y depravado festín, pero que es responsable in vigilando de cuanto sucede bajo sus pies porque ha sido incapaz de zanjar las desviaciones cuando surgieron las primeras sospechas y de reaccionar con un énfasis radical cuando han estallado a los ojos de todos. En estos días, en que la dinámica negociadora se tensa por la cercanía cada vez mayor del final del plazo, es manifiesto que las hipotéticas iniciativas que pudieran surgir se ciegan antes de nacer por la dificultad que representa la interlocución con el Partido Popular, que va de fuego en fuego a contener las llamas, y no siempre con el ímpetu que cabría esperar a la hora de desautorizar a los corruptos y de romper inequívocamente sus vínculos con ellos.

Los populares saben sin duda cómo abordar esta situación de naufragio interior y de descrédito exterior, y los consejos suelen ser en estos casos mal interpretados porque parecen dictados por intereses tortuosos. En todo caso, es manifiesto que tanto el PP como el sistema político necesitan que se proceda al saneamiento de sus zonas corruptas, una operación que no debería depender de los resultados electorales ningún voto exime de la ética y que no será creíble si no pasan a segundo plano quienes han dirigido la estructura que ha sido incapaz de detectar sus propios tumores y de sajarlos antes de que tuviera lugar la metástasis.

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