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Los particulares tiempos de la negociación política

La política hace que todo sea variable, incluso el tiempo. Los socialistas, que necesitan creer que de este embarrancamiento todavía se puede salir por una vía distinta de las elecciones, ven ante ellos tres semanas, "todo un mundo para negociar" que se abrió ayer en sesión de tarde. Sin prisas. Albert Rivera, que construye su imagen de modernidad sobre el manejo de los tiempos nuevos y propone un cambio drástico de horarios y hábitos nacionales, se mostraba partidario de una negociación a resolver en dos semanas, que no apure los plazos y eluda ese signo de tópica españolidad que es la inveterada tendencia a dejarlo todo para el final. No va a ser. El PP, aislado en su propio tiempo, que es el de su presidente, y blindado en un caparazón que sólo se romperá si los que gobiernan son otros, apuran la posibilidad de unos nuevos comicios.

A tenor de las encuestas obtendrían un resultado similar, pero saben que sus opciones de gobierno mejorarán en la medida en que mejore Ciudadanos y Rivera se convierta en el rehén de un Rajoy al que ya no podrá rechazar. Por eso los populares celebran cada jornada que pasa en blanco y se animan trazando el horizonte temporal que más ayuda al resistente, el de que ya queda poco para el fin de la prueba. Sólo faltan quince días para la disolución de las Cortes, jaleaba ayer la vicepresidenta Sáenz de Santamaría jibarizando todos los plazos. Frente al relativismo temporal, entre los electores hay cada vez más coincidencia en que esto ya empieza a durar mucho. El barómetro del CIS apunta a un hartazgo de esos que echa a rodar la peligrosa idea de que la política crea más problemas de los que resuelve. La constatación de las encuestas de que hay gente esperando por ellos, que se inquieta y a la que cada vez le gusta menos lo que ve, es la única evidencia demoscópica a la que permanecen ajenos quienes están inmersos en el juego político. Sólo así se explica que sigan meciéndose a un ritmo desconectado de todo, tan ajeno al tiempo real que sincronizar el parlamento con el resto del mundo empieza a ser una reforma política de urgencia.

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