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Norberto Alcover

Desde Loyola

Todos los lectores conocen perfectamente, porque tuvo una publicidad bastante relevante en su momento, que los jesuitas españoles tomamos la decisión de reagrupar nuestras fuerzas en una sola provincia de España, hace ahora casi un año. Fue una medida ponderada por la fuerza de la tradición, que nos dividía en varias unidades territoriales, pero que obedeció a tres razones objetivas: disminución de sujetos, complejidad de los frentes en los que estar, y un cambio casi por completo de la sociedad a la que nos debemos. Por otra parte, la Iglesia demandaba transformaciones profundas a todas las instituciones religiosas en beneficio de una mayor elasticidad en la acción evangelizadora, lo que, más tarde, por medio de la Evangelii Gaudium ("La alegría del Evangelio"), se vio convertido en "materia de plan global" por el papa Francisco.

Pues bien, el anterior fin de semana y en la casa natal de San Ignacio, en el santuario de Loyola, nos reunimos 170 personas para la primera asamblea de la provincia de España: cien jesuitas de las diversas unidades apostólicas españolas y 70 laicos, en proporción de treinta mujeres y cuarenta hombres. Una innovación relevante en nuestra forma de proceder. Permítanme que les comente lo sucedido porque pienso que puede resultar significativo para todos nosotros, ciudadanos creyentes y también increyentes. Siempre la realidad parcial de un grupo de ciudadanos acaba por relativizarse al conjunto de este país en conmoción aguda. Y no menos en momentos en que referentes de unidad en la pluralidad ayudarán a ser capaces de subordinar las ideologías al bien común.

En Loyola se ha puesto de manifiesto una realidad típica entre jesuitas: dada la permanencia de la propia personalidad a lo largo de nuestra vida religiosa y ciudadana, es casi obligado tener percepciones diversas y en ocasiones contrapuestas. Podemos llegar a discutir acaloradamente porque nos va en ello la vida y no menos el sentido de la evangelización a la que somos llamados. Pero en la asamblea a la que nos referimos, nuevamente ha surgido algo sobre lo que no dudamos un ápice porque constituye el núcleo de nuestra identidad: la relación conjuntiva entre libertad y obediencia, a pesar de tantas diferencias en tantos ámbitos. Por ello mismo, hemos decidido unitariamente trabajar por los más descartados de la sociedad, cada uno en donde se encuentre, pero sin olvidar nunca esta opción radical. Porque donde están los más pobres, de cualquier tipo de pobreza, allí está sin lugar a dudas nuestro Dios, manifestado en el carpintero de Nazaret, Jesucristo. Es lo más importante decidido en Loyola, y que nos inserta en la dinámica que actualmente se abre camino en la humanidad y en nuestra España en particular. Es actuar contra "la teoría del descarte", definida por el papa Francisco. Es poner nuestros privilegios, que los tenemos, al servicio de una justicia que brota de la fe. Es Pedro Arrupe. Es Ignacio. Somos nosotros.

Y uno se pregunta, como nos lo hemos preguntado nosotros en Loyola, cómo conseguir esto a título colectivo. Una respuesta se ha impuesto: recuperar para la Iglesia actual en España y de España, el "lugar público" necesario para evangelizar sin aceptar una "privatización de la fe", que desde determinados ámbitos se pretende imponer casi con descaro. Porque el servicio a la justicia que brota de la fe, en favor de los más descartados sociales, no solamente se lleva a cabo desde la inserción en determinados ámbitos se pretende imponer casi con descaro. Porque el servicio a la justicia que brota de la fe, en favor de los más descartados sociales, no solamente se lleva a cabo desde la inserción en determinados ámbitos dominados por la exclusión, sino también desde acciones públicas de naturaleza intelectual, cultural, educativa, mediática, y en fin teológica. Y todas estas dimensiones necesariamente en espacios cívicos y públicos, como ciudadanos que somos entre otros ciudadanos. Más todavía, pensamos que se hace preciso comunicar a nuestros colaboradores laicos, esta convicción para que nos ayuden en todos los lugares en que la Compañía trabaja en España.

Esto es cierto y debemos decirlo una y otra vez: la Compañía de Jesús en España lleva años haciendo una opción casi preferencial por el laicado, intentado formarlo en un ignacianismo actualizado para que nuestras obras se impregnen de tal espíritu fundacional mediante los jesuitas pero también mediante los laicos que trabajan a nuestro lado, ocupando cada vez más cargos de responsabilidad relevantes.

Así pues, los resultados de nuestra asamblea de Loyola son los expuestos: atender más y mejor a nuestra conjunción entre libertad y obediencia evangelizadoras, y trabajar por una presencia ciudadana de nuestra fe eclesial precisamente para colaborar desde ella a la transformación intensiva de los valores sociales, en concreto al valor evangelizador clave, que es "recuperar los derechos de los más pobres" en un desarrollo de la justicia que brota de la fe. Si decimos creer en Dios a quien no vemos y no ayudamos al hermano al que sí vemos, dice San Juan que somos unos mentirosos, y añadimos desde aquí, también unos embaucadores.

Acabo con esta afirmación que explica mejor cuanto llevo escrito: una transformación territorial e intencional semejante, se ha llevado o está llevando a cabo en casi todas las familias religiosas. Y seguro que caminamos hacia el futuro por semejantes raíles institucionales y evangelizadores, con las peculiaridades de cada grupo. Dicho de otra manera, religiosos y religiosas, ciudadanos mallorquines y no menos a nivel nacional, estamos dispuestos a proyectar el evangelio pública y no solo privadamente como aportación relevante de una identidad anclada en la tierra y a la vez transcendiéndola.

Desde Loyola, pensé en Arrupe. Tenía razón. También la tiene Francisco.

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