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Antonio Papell

La hora de la verdad

Esta tarde, después de una inquietante espera y de continuas vacilaciones sobre la fecha y el contenido del encuentro, se reúnen PSOE, Podemos y Ciudadanos para intentar, se supone que al final de un discreto proceso negociador capaz de haber abierto algunas expectativas a la empresa, el hallazgo de una fórmula de estabilidad que dé paso a un gobierno capaz de formarse con los mimbres electorales del 20 de diciembre. Como es conocido, el PSOE y Ciudadanos acuden a la reunión con un pacto centrista bien constituido, que básicamente postula políticas socioeconómicas moderadas, ortodoxas frente a Bruselas y tibiamente socialdemócratas de cara al interior del país, así como un programa de reformas estructurales que incluye la reforma de la normativa electoral y el propósito de actualizar también la Constitución. De otra parte, PSOE y Podemos han dulcificado su relación aunque sin concreciones, hasta el punto de hacer posible el encuentro de hoy. Y entre Ciudadanos y Podemos existe incomunicación si no hostilidad, y es este elemento el que dificulta verdaderamente el pacto que hoy en teoría se pretende.

Con estos ingredientes, la incompatibilidad entre Ciudadanos y Podemos que en realidad es consecuencia de que el conjunto abarca un sector ideológico demasiado amplio y por lo tanto inabarcable casi por definición podría resolverse mediante la abstención de uno de los extremos a la unión de los otros dos partidos. Pero la opción de que Ciudadanos se abstenga ante un acuerdo PSOE-Podemos parece fuera de la realidad. Primero, porque existe un pacto sólido entre PSOE y Ciudadanos, que constituye un activo político en cualquier caso para las dos organizaciones. Segundo, porque la posición programática de Podemos en materia económica se ha vuelto todavía más inaplicable desde que se ha conocido el incumplimiento de déficit por nuestro país; no es conciliable el requerimiento de Bruselas de una consolidación de 25.000 millones con el gasto suplementario de 96.000 millones que propone Podemos en los cuatro años; tercero, porque las grandes reformas que han de acometerse requieren un impulso central, al que deberán unirse las formaciones de más a los extremos, empezando por el PP sin el cual no es posible reformar las instituciones y terminando por Podemos y las restantes minorías.

En otras palabras, esta tarde Podemos debería poner precio a su abstención, si de verdad se quiere rehuir el otro término de la disyuntiva que hoy se dirime, que es el que representan las nuevas elecciones. El dilema de Podemos consiste, de un lado, en otorgar su confianza al tándem PSOE-C's a cambio de garantías y contrapartidas concretas y quién sabe si de una participación simbólica en el propio Gobierno, o, de otro lado, en condenar al fracaso la negociación y jugarse el todo por el todo en unas elecciones en que la joven organización podría estrellarse, al tiempo que el PP tendría oportunidades de recuperarse y preservar el poder (de hecho, hay encuestas que dan la mayoría absoluta a la suma de PP y Ciudadanos).

Esta fórmula sería relativamente efímera por inestable si saliera adelante pero tendría muchas ventajas frente a la incertidumbre de prorrogar la inestabilidad indefinidamente: pondría fin a un vacío de poder que comienza a ser inquietante, permitiría al PP adentrarse en una etapa de tranquilidad en que llevar a cabo su catarsis y renovación, facilitaría la puesta a punto de ciertas reformas estructurales que requieren gran consenso y relajaría una cotidianidad muy alterada por las duras consecuencias sociales de la crisis, que se enmarcan en el ámbito irritante de una corrupción que todavía se dirime con crudeza en los tribunales.

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