Desde ayer, la UE ha convertido sus campos de acogida a refugiados en campos de concentración, cerrados y vigilados por soldados, y ha optado por devolver a quienes piden asilo a países inseguros, como Turquía, que en algún caso constatado ya los ha devuelto a sus lugares de origen, de los que huyeron amenazados. El espectro de Hitler se habrá agitado complacido dondequiera que esté.
Desde ayer, la UE ya no podría ingresar en la UE si no estuviese dentro porque no cumple los criterios de Copenhague, que han de acatar los candidatos a la adhesión y que hacen especial hincapié en el respeto escrupuloso a los derechos humanos.
Desde ayer, la UE, que ha demostrado una maliciosa incompetencia en la gestión de los inmigrantes y una extraordinaria eficacia a la hora de expulsarlos fuera de sus confines, ha roto sus últimos vínculos con una ciudadanía harta de ver cómo sus elites institucionalizan la corrupción, abdican de los valores democráticos, lanzan mensajes de insolidaridad, se burlan de sus electores, transgreden sus propias leyes y levantan impunemente muros exteriores para aislar a la vieja sociedad degradada y egoísta de cualquier mestizaje.
