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Columnata abierta

Un mes de embarazo político

El periodismo puede ser cualquier cosa menos ingenuo. No es necesario deslizarse por la pendiente de la vileza, ni conviene utilizar la profesión como excusa para maldades que alivian otros traumas. Pero la candidez es al análisis de la realidad lo que el agua al fuego. Apaga cualquier resplandor capaz de iluminar lo oscuro. Tras semanas de espera y arduas negociaciones entre los expertos en comunicación de PSOE y Podemos, Pedro y Pablo caminaban de buen rollo por la Carrera de San Jerónimo. Salían por una puerta del Congreso de los Diputados para entrar por otra a la vuelta de la esquina. Veinte minutos antes se avisaba a los reporteros gráficos del trascendental paseíllo, y se les indicaba con exactitud donde debían colocarse para asistir al soberbio espectáculo. Sin embargo, pudimos leer un pie de foto explicando que "un muro de periodistas interrumpían el camino de ambos líderes hacia el Congreso". Todo reconocemos hoy la potencia de las imágenes a la hora de transmitir mensajes, en este caso políticos, pero ¿es ético que el periodismo se preste a cualquier manipulación? ¿dónde están los límites a esta teatralización de la política? ¿quién los establece?

Lo más preocupante del asunto es que semejantes técnicas de pastoreo de la opinión pública terminen por calar entre quienes tienen la responsabilidad de tratar de separar el grano de la paja. Yo comprendo que queda un mes de embarazo hasta el parto del dos de mayo, fecha en la que se convocarán automáticamente nuevas elecciones si no ha habido una investidura previa. Son muchos días de pataditas ilusionantes del feto, contracciones cada vez más frecuentes y compras de última hora de ropita para el bebé gubernamental. Pero el ginecólogo no puede estar a eso. Pablo Iglesias rebaja el tono, Pedro Sánchez declara que ve más cerca el acuerdo, y ese mismo día comienza a fluir alegre y vivaracho un río de esperanza para un gobierno del cambio. Me fascinan las interpretaciones que vienen a dar carta de naturaleza a la doble personalidad del líder de Podemos, como si ambas caras pudieran ser sinceras y compatibles. La metáfora cinematográfica de Jekyll y Hyde queda vistosa, pero no aguanta un asalto en el cuadrilátero de la realidad política. Resulta mucho más honesto confesar cuál de las dos facetas te crees. La del comunista que llega a justificar el uso de la violencia en una democracia como mecanismo de cambio social, o la del socialdemócrata risueño que acusa de radical a Albert Rivera. Analizando el pasado reciente, la respuesta es reveladora sobre el futuro inmediato. Podemos sólo ha moderado su discurso ante la proximidad de una cita electoral. Eran los momentos de la música de La Guerra de las Galaxias y el "sonrían, que sí se puede". Guardadas las urnas en el almacén, volvían a asomar los caninos en la pantalla de televisión, el gesto crispado, la cal viva y el dedo acusador. Ahora nos olvidamos de la dirección del CNI y TVE, y volvemos con la transparencia, la regeneración democrática y la políticas para la "gente", que a eso se apunta cualquiera. La mesura de Podemos siempre ha sido sintomática: cuanto más sonríe Iglesias, o llora de emoción, más cerca estamos de un proceso electoral.

Pedro Sánchez lo tiene más fácil para no tener que sobreactuar. La ventaja de no subirse a ningún caballo ideológico es que nunca hay que "cabalgar contradicciones" como las de Podemos. El líder socialista le da lo mismo un roto que un descosido con tal de ser presidente. Sus principios de quita y pon suponen una gran ventaja táctica a la hora de negociar con cualquiera menos con el Partido Popular. Al día siguiente de pactar un modelo fiscal con un partido liberal como Ciudadanos, Sánchez declara que él preferiría un pacto de izquierdas, pero que la suma de escaños no es suficiente. Los compañeros de viaje ideales para Sánchez proponen una subida de impuestos descomunal que permita un incremento del gasto público imposible de asumir dentro de la Unión Europea. Lo mismo podríamos decir del modelo de Estado, de la reforma laboral o del sistema educativo. Se pueden tapar estas contradicciones con toneladas de fotografías y postureo, pero la política, de derechas o de izquierdas, es algo más serio. Y unas alforjas tan vacías de ideas y convicciones son garantía de pasar mucha hambre durante toda una legislatura, por corta que ésta pueda ser. Una cosa es el diálogo, el consenso y el pragmatismo, y otra muy distinta no saber por dónde te da el aire. O peor aún, que lo único que te importe es que el viento te lleve al poder, sea en la dirección que sea.

Albert Rivera sabe que apoyar un gobierno de o con Podemos sería su primer y último gran error en política. Pablo Iglesias es consciente que depender del apoyo de Ciudadanos para gobernar supondría un corsé imposible de vestir sin romper con sus confluencias de extrema izquierda. Ambas cosas son tan evidentes que las atisba hasta Pedro Sánchez. Por eso todos le van a hacer tantas carantoñas al gobierno nonato, para que nadie aparezca en la campaña como responsable del aborto negociador.

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