Hay una buena razón para que Podemos no pacte, y es que no puede, pues si lo hiciera su endeble enramada empezaría a soltarse. Lo que compacta la masa social de Podemos es sobre todo el descontento, muy legítimo pero por naturaleza reacio a cementar, y su armadura es un varillaje en el que se entreteje la izquierda radical de toda la vida con una vanguardia de buenos activistas mediáticos y demoscópicos. Si añadimos que en alguna medida recoge el acarreo histórico del alma anarquista española, que odia todo poder por el mero hecho de serlo, es fácil pronosticar que su entrada en el Gobierno le supondría una automática pérdida del carisma social. Podemos podría abstenerse a cambio de media docena de medidas de fuerte impacto social, y controlar su cumplimiento desde una oposición sin concesiones, pero nuestro genio político es tosco, y temo que no admitiera tampoco esas sutilezas.
