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Jose Jaume

Laica y cristiana

Desconociendo cómo hay que resolver la cuestión de los cientos de miles de refugiados que llegan a Europa, sí es constatable que la solución adoptada por Bruselas, con la aquiescencia de los gobiernos de la Unión, es la peor de las posibles: entregarlos a la Turquía progresivamente autocrática del islamista Erdogán sentencia que está en trance de perder su alma, la que le insuflaron, tras la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, sus padres fundadores, unos iluminados que resucitaron el sueño de una Europa unida, profundamente democrática y por fin eficazmente vacunada contra sus viejos demonios familiares: el rampante antisemitismo, la xenofobia y el nacionalismo denominado populista, que nunca ha sido algo muy diferente al fascismo.

El destrozo perpetrado por Bush hijo, secundado por dos palanganeros de la más baja estofa: Blair y nuestro Aznar, un neofalangista que creyó haber puesto nuevamente una pica en Flandes, de los delicadísimos equilibrios de Oriente Medio, al acabar con los sistemas políticos de Irak, el de Sadam, sí, un dictador sin escrúpulos, pero occidentalizado, y anteriormente, por obra de otra calamidad, el presidente Carter, del Irán del Sha, no menos déspota, pero igualmente fiel a Occidente, ha inflamado toda la zona y puesto a Europa en una tesitura imposible.

Ante lo que sucede, con el atentado de Bruselas como nuevo y sangriento recordatorio, Europa se mira estupefacta, y lo único que se le ocurre es pedir la colaboración de Turquía, avalando a Erdongan, alguien que, muy lejos de Sadam, el Sha o el sirio El Assad, sabe lo que quiere: blindar la ideología islamista en un estado perteneciente a la OTAN e insistir en la petición de adhesión a la Unión Europea, algo imposible para un Estado, el turco, que no acepta de buen grado los valores laicos, sino que trata de islamizar la sociedad a marchas forzadas. ¿Es la única alternativa europea? No parece, porque no se puede consentir que se cuestionen los fundamentos que todavía resisten de la Unión Europea. El primero, y por encima de cualquier otro, el laicismo; después, el cristianismo: sin el uno y el otro Europa dejará de ser, sucumbirá ante la presión que viene del Este islámico.

Tomemos un ejemplo casero: ¿cómo permitir que se suprima en la televisión autonómica la misa católica dominical para sustituirla por una celebración ecuménica, del agrado de los musulmanes? Una televisión pública no ha de dar cobertura a ningún rito religioso; lo absurdo es sustituir el mayoritario, el católico, por otro aceptable para las restantes confesiones; al hacerlo, se quiebra lo esencial: el principio laicista y, después, el respeto a la creencia mayoritaria.

Europa, sus gobernantes, están sucumbiendo ante unas amenazas que no habían previsto: lo que viene de Oriente Medio es muy serio, puede, si no se actúa correctamente, acabar por deshacer a la Unión. De hecho, se está en ello. El crecimiento electoral de partidos xenófobos de extrema derecha, la instauración de gobiernos de ideología muy cercana en Polonia y Hungría, entre otros del Este, que siguen sin sanar de la infección inoculada por las antiguas dictaduras comunistas, es la prueba de que no se está reaccionado adecuadamente, de que al terrorismo islamista se responde básicamente con el miedo, con lo que el deterioro no cesa de crecer.

Al desintegrar el Irak de Sadam, en el que la minoría cristiana era respetada, nadie se percató de lo que se nos venía encima: los cristianos de Oriente Medio están desapareciendo, porque son masacrados o se ven obligados a abandonar sus ancestrales territorios. En Europa a nadie le importa lo suficiente para hacer algo. Ahora, con los refugiados sirios, en un alto porcentaje pertenecientes a unas clases medias culturalmente solventes y mayoritariamente laicas, se actúa como si se quisiera echarlos en brazos del islamismo más irredento. ¿Cómo puede pactarse con Erdogán? El turco es uno de los líderes islamistas más potencialmente nocivos para la Unión Europea. Los reductos laicos que en Turquía resisten el acoso del Gobierno explican, a quien les presta atención, que la política del presidente Erdogán no es otra que la que el Islam defiende: la obtención del poder y la islamización de la sociedad, ya que esa religión no puede disociarse de la pretensión de uniformar las sociedades en las que está implantada. Basta conocer uno de sus axiomas: quien nace musulmán muere musulmán. No cabe la apostasía. No hay mayor vulneración de la libertad de conciencia.

La respuesta europea ante todo ello es confusa y difusa, además de profundamente incoherente. Un alto cargo de la Unión Europea, al ser cuestionado por el acuerdo con Turquía, se despachó, malhumorado, espetando a los periodistas que si alguien tenía una solución mejor que la pusiera sobre la mesa. La impresentable declaración de impotencia no puede ser superada. No es válida. Si no saben, que dimitan, otros vendrán que tal vez sepan sacar a Europa del atolladero. Mientras tanto, observamos cómo se deja a Grecia impotente ante las avalanchas de refugiados, de quienes están huyendo de la guerra; cómo se levantan fronteras con alambradas, cómo el espacio común se achica progresivamente y cómo se ha abandonado a su suerte a los cristianos de Oriente Medio. Tal parece que el déspota eslavo, el presidente ruso Vladimir Putin, ha entendido cabalmente que la defensa de su aliado sirio lleva aparejada la de la minoría cristiana del país, la que Bush, Blair y Aznar no consideraron perentorio proteger en Irak cuando se eliminó a Sadam.

Lo expuesto constituye un cuadro que desde luego ofrece unos contornos borrosos, que todavía no están bien delimitados, pero en el que sobresalen algunos perfiles: el primero, que Europa o bien acoraza su identidad laica y cristiana o será barrida por el islamismo y que de ninguna manera puede renunciar a ser lo que en la década de los cincuenta del pasado siglo sus padres fundadores quisieron que fuera: una unión en la que los postulados de la Revolución francesa quedasen sólidamente asentados. No vamos por buen camino.

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