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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Bombas en Bruselas, farsas en España

Pasará tiempo, desde luego, pero en algún momento se van a recordar estos meses transcurridos desde el 20D como un tiempo de vergüenza. El sistema político protagonizado por PP y PSOE ha colapsado porque ni uno ni otro pueden formar gobierno por sí solos y hasta el momento han sido incapaces de hacerlo conjuntamente, como posibilita la aritmética electoral. Un PP incapaz de ofrecer una revisión posibilista de una política económica que en parte ha sido exitosa y en parte ha hecho de España uno de los países más desiguales de Europa, incapaz de regenerar una estructura orgánica corroída por la corrupción, pretende el alistamiento sin más del PSOE en un gobierno que persevere en todas y cada una de sus políticas. El PSOE, un partido autolimitado por su comité federal a no acordar gobierno con el PP ni con quienes defienden consultas de autodeterminación, dirigido por un Sánchez atento a su propia supervivencia política, ha firmado un acuerdo posibilista con Ciudadanos, uno de los partidos emergentes, que es anatemizado por el otro partido emergente, Podemos, mientras el PP lo declara caducado por la derrota de Sánchez en el debate de investidura. Podemos, el otro partido emergente determinado a sustituir al PSOE como fuerza mayoritaria en la izquierda no ha dudado en desenterrar el viejo lenguaje comunista dirigido por el PCUS contra la socialdemocracia de los años veinte y treinta del pasado siglo, al tiempo que reproduce las necesarias purgas indisociables de toda concepción totalitaria.

La pregunta pertinente, si se confirman los estudios demoscópicos que anuncian cambios limitados después de unas elecciones anticipadas el 26 de junio, es por qué será posible un acuerdo de gobierno entonces si no lo es ahora. Porque es inimaginable que lleguemos a final de año sin haber podido formar gobierno. Como es difícilmente imaginable lo que ya nos está sucediendo. Algunos, piensan que no nos va tan mal con un gobierno en funciones y aluden con una irresponsabilidad digna de ser olvidada que Bélgica estuvo más de 500 días sin gobierno sin que nada especialmente grave sucediera. Hasta que ha sucedido. Los catorce muertos del aeropuerto de Zaventem y los veinte del metro en la estación de Maelbeek y los más de 200 heridos. Claro que es muy difícil atribuir los atentados a la previa ausencia de gobierno. Pero es cierto que el país de Henri Michaux, de Georges Simenon, de Simon Leys, de Hergé, de Marguerite Yourcenar, es un Estado en conflicto permanente entre flamencos y valones; que en Bruselas hay del orden de seis policías diferentes que chocan entre sí en el ejercicio de sus competencias; que los atentados de París en noviembre estaban planificados desde Bélgica; que Bélgica es el Estado que, en proporción a su población, tiene a más de sus ciudadanos incorporados al Estado Islámico en Siria e Irak y con un potencial de retornados dispuestos a ejecutar los mandatos del EI para desestabilizar a Europa mediante el terrorismo; y Bélgica es el Estado con más potencialidad de peligro en su interior por la cantidad de inmigrantes musulmanes, ya belgas de tercera generación, procedentes del norte de África, que más ha descuidado su preparación en servicios de inteligencia y antiterroristas. No disponer más que de un gobierno en funciones no es ninguna ganga. Básicamente por dos motivos. El primero porque es preciso e inaplazable implementar nuevas medida económicas. No sólo para atender los requerimientos de la Comisión Europea para atajar el déficit. Sino principalmente para continuar estimulando la actividad económica mediante el establecimiento de objetivos estratégicos en materia de liberalización en sectores poco dinámicos de actividad, en materia de contratación que reduzcan el insoportable dualismo entre trabajadores con empleo y parados, en reducción del gasto público en instituciones colonizadas por los partidos políticos para atender su clientelismo electoral, en la reforma pactada del ineficiente sistema educativo en todos sus niveles, en la recuperación presupuestaria en I+D y en abordar los necesarios cambios constitucionales que afectan al sistema electoral, al equilibrio e independencia de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, al título VIII de la Constitución, al funcionamiento del Senado, que hagan de nuestro país un país sólido desde el punto de vista institucional y económico; más seguro y más justo.

El segundo motivo es porque ya no nos podemos permitir un gobierno ausente de Europa. Europa está en peligro. La crisis de los refugiados y la irrupción de fuerzas de la extrema derecha en los parlamentos como es el caso de Francia, en algunos países del este de Europa, en los países escandinavos y Alternativa para Alemania en tres parlamentos regionales, alcanzando el 24% en el de Sajonia, son datos extremadamente preocupantes. Que el peligro es real lo prueba la revisión de los presupuestos de integración que hasta hace relativamente poco albergaba la canciller Merkel que han basculado de forma radical propiciando este acuerdo con Turquía tan denostado de boquilla por quienes hasta ahora no han sufrido el desbordamiento de la situación. Procede racionalizar el proceso y atender prioritariamente a los refugiados políticos. La inevitable inmigración económica que de todas formas va a necesitar Europa por el envejecimiento de su población deberá atemperarse a su propia capacidad de integración. Europa está en peligro. Lo dijo Hollande en noviembre. Dijo que si el ataque era global la respuesta debía ser global. Pero no recurrió al artículo del Tratado de la UE reclamando la solidaridad del resto de los Estados. Decidió el comienzo de los bombardeos sobre el Estado Islámico. Pues bien, es Europa en su conjunto la que está en peligro y es Europa en su conjunto la que tiene que reaccionar. Puede intentarse estrangular económicamente el terrorismo yihadista, pero no va a esperar éste su derribo por consunción económica. Tendremos terrorismo mientras exista el EI. Europa debe actuar con una sola voz en Inteligencia, servicios antiterroristas, y articulando una gran coalición con los países árabes y enemigos irreconciliables como Arabia Saudita e Irán para acabar con el EI. Sin la presencia de fuerzas terrestres de esos países sobre el territorio de Siria e Irak es imposible conseguirlo. España está directamente implicada en la guerra no declarada y no puede permitirse ser sujeto pasivo de las iniciativas de otros gobiernos. Necesitamos un gobierno ya con capacidad de concertar el inmediato futuro con Francia, Italia, Alemania y Reino Unido. No podemos seguir oyendo a dirigentes del PSOE, como Antonio Hernando, decir, con amplia sonrisa, que sí, que se van a reunir con el PP, pero sólo lo van a hacer para que no se victimicen, pero que no van a acordar nada. Es decir, mientras en Bruselas explotan las bombas, aquí protagonizamos farsas y tenemos, encima, la desvergüenza de proclamarlo.

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