Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

Ensimismamiento

Cuando un grupo cualquiera está absorto en resolver algún pequeño problema de convivencia pongamos por caso, el color del enfoscado de la escalera en una junta de vecinos, e irrumpe súbitamente un problema mayor un terremoto, por ejemplo, siempre queda en el aire una cierta sensación de ridículo por la desproporción entre el interés y la realidad. Es lo que acaba de pasarnos a los españoles, ensimismados con el único juguete de la gobernabilidad, que de repente nos hemos percatado de que aquella horrenda jornada del 11 de marzo de 2004, en que 190 ciudadanos fueron brutalmente asesinados por la horda islamista, podría reproducirse en cualquier momento, y de hecho la gran conspiración ha rondado sobre nuestras cabezas, aunque en este caso ha sido Bélgica la señalada por el dedo maligno de los fundamentalistas, decididos a arrasar nuestro marco de libertades, nuestro ámbito de tolerancia, nuestro cosmopolitismo laico, nuestro modelo de vida y de sociedad, que en nuestro caso hemos ganado después de ímprobos esfuerzos, tardíamente y de manera tangencial.

En realidad, Europa, que ha sido reiteradamente atacada por los islamistas radicales atentados de Londres, Madrid, París, Bruselas? no ha terminado de convencerse de que esta guerra le concierne verdaderamente. Para los europeos, el problema generado por la versión radical del Islam está al este y al sur, en el Próximo Oriente y en el norte de África, y los zarpazos que recibimos son sólo represalias, ecos de lejanas guerras. No acabamos de aceptar que estos jóvenes terroristas de segunda generación que son hijos fanatizados de inmigrados sin activismo han elegido también como escenario de batalla nuestras calles occidentales porque aspiran a derrocar nuestros regímenes tolerantes, no sólo por que arman a sus enemigos sobre el terreno forman la coalición contra el Estado Islámico que combate en Siria desde el aire al ISIS sino también porque Europa es la cuna y la residencia de los valores que ellos detestan, y debe ser por ello destruida.

Sería absurdo vincular nuestro actual vacío de poder español (que en realidad no es tal porque las instituciones funcionan pese a todo) con la gran lucha antiterrorista, pero existe sin duda una relación entre nuestra gobernanza, la de la Europa democrática, y la amenaza que los radicales lanzan sobre nosotros. La seguridad en nuestras sociedades no puede concebirse sólo como defensa pasiva frente a quienes se organizan para destruirnos: tenemos que formar un gran frente común el que se desprende de la cláusula de solidaridad del artículo 222 del tratado de funcionamiento de la Unión Europea que traduzca esa autodefensa en beligerancia contra quienes conspiran, hacen proselitismo y traman la brutal agresión de los terroristas suicidas, contra los que no hay otro escudo que la prevención, que en ocasiones requiere limitar alguno de los derechos esenciales de los potenciales homicidas.

En definitiva, sería necesario que la Unión Europea, que está fortaleciendo actualmente sus estructuras económicas (todavía rige la precedencia de la economía sobre la política, como quería en la etapa fundacional Jean Monnet frente a Altiero Spinelli), cambiara sus órdenes de preferencia y profundizara en los vínculos ideológicos, sobre los que ha de asentarse el concepto de seguridad. No tiene demasiado sentido que aquí divaguemos meses y meses sobre sutiles equilibrios políticos cuando las cuestiones clave son la supervivencia de la cultura democrática, la lucha global frente al fanatismo, la integración de los grandes flujos humanos que huyen de las guerras injustas, la desigualdad en el seno de nuestras sociedades o la pérdida paulatina del bienestar estructural que habían conquistado en nuestros países desarrollados las generaciones precedentes. Si los españoles caviláramos sobre lo importante y saliéramos de nuestro absurdo ensimismamiento, probablemente ya tendríamos nuevo gobierno hace semanas.

Compartir el artículo

stats