Si te has dejado o te estás dejando neuronas, tiempo y dinero estudiando una carrera universitaria porque quieres ser un profesional en la materia en la que te estás formando, te conviene leer esto. Pero sobre todo te conviene leerlo si crees que, por norma general, las personas formadas en la universidad como mínimo durante cuatro años pueden hacer exactamente lo mismo que otras que no.

Esta es una carta personal y por tanto con un punto egocéntrico, pero considero que en este caso conviene que cuente las vivencias de un servidor y no las de otros. Decidí estudiar periodismo el día que vi por televisión como en Sierra Leona amputaban con machetes las extremidades a la población civil. Me causó tal impacto y horror que opté por dedicarme profesionalmente a explicar al público cuestiones relacionadas con la actualidad. En ese momento estudiaba turismo, carrera que me sirvió para aprender inglés, alemán y conocer mejor las particularidades económicas, políticas y medioambientales de estas islas. No tenía dinero suficiente para irme fuera de Mallorca, así que trabajé en dos sitios a la vez, como dependiente y camarero, para ahorrar mientras finalizaba los estudios de turismo. Después me partí la cara con otras 250 personas por una de las quince plazas que se ofrecían en la Universidad de Sevilla para acceder a los estudios de segundo ciclo de Ciencias de la Información. Como seguía yendo justo de dinero pensé que lo mejor era concentrar los estudios en dos años, periodo durante el cual cursé más de cuarenta asignaturas. Algunos días iba a clase de 8 a 20 horas. El primer día de clase un profesor nos espetó que para qué estudiábamos periodismo si en España había periodistas suficientes para cubrir todas las plazas de informadores de la Unión Europea durante veinte años. "Porque quiero ser coherente con lo que he decidido", pensé. Acabé la carrera y volví a Mallorca. Hice prácticas durante seis meses en una radio. Aprendí de tres periodistas (tituladas) extraordinarias. Me llegó el primer contrato. Pasé a otra radio. Y luego a otra. Y luego a un gabinete de comunicación. Y luego a otra radio. Ahora imparto clases de comunicación en la universidad. En mi actual puesto de trabajo valoran que me doctore, así que ando peleándome con la tesis. Me sigo considerando periodista porque tengo la gran suerte de que hay compañeros que continúan contando conmigo para colaborar en los medios en los que trabajan y porque tengo la oportunidad de escribir puntualmente tribunas para este periódico. Profesionalmente, me dedico a hablar de periodismo, vaya.

Durante los dieciséis años que llevo metido en esto he tenido momentos de satisfacción. He narrado alegrías y desgracias. He acertado y me he equivocado (esto último muchas veces). He tenido dilemas morales, jornadas de dieciocho horas de trabajo para contar unas elecciones o relatar atentados, meses en los que no he librado ni un día... He reído mucho y también he llorado (qué caramba, aunque me dé vergüenza reconocerlo). He discutido continuamente. En ocasiones me han dado la enhorabuena y en otras veces me he sentido agredido (nunca físicamente) por algún jefe que me ha insultado, por personas que me han increpado por llevar un micrófono en la mano, e incluso por compañeros de profesión. Me han tratado de comprar con regalos, me han presionado, he rozado el servilismo político... Y he visto otras cosas.

He visto, por ejemplo, como la directora (no titulada) de una radio pública trataba de convencerme de que un informativo radiofónico debía ser como un diario. Me decía que la información debía ofrecerse por bloques geográficos y no siguiendo un criterio de relevancia y proximidad temporal, pasase lo que pasase. Ella quería abrir con el último pedo que se había tirado el president del Govern o un conseller, en pocas palabras, por mucho que hubiera un tsunami y la cascase media Asia. He sabido como editores de informativos (no titulados) de una radio pública copiaban una escaleta de un informativo de televisión para hacer un informativo de radio, sin tener en cuenta que un medio tiene poco que ver con el otro a la hora de informar. He visto como a una excelente profesional (titulada) que llevaba el gabinete de comunicación de una prestigiosa institución le pedían que explicase sus funciones "en cinco minutos" a la persona (no titulada) que la iba a sustituir en su puesto. He visto como personas (no tituladas) se hacían cargo de la dirección de comunicación de una gran empresa pública mientras se mandaba a galeras a otros profesionales (titulados). Y ahora veo que salen a concurso cuatro plazas para un ente público de radio y televisión, concurso en el que la formación universitaria equivale a "cinco años de experiencia demostrada en un medio". Menos mal que también se pude presentar gente con titulación en comunicación "o similar". En plata de la buena: en el concurso consta claramente que no es requisito ser titulado en comunicación para ser responsable de la información deportiva o delegado del ente fuera de Mallorca.

Conozco a personas que trabajan en un medio como informadores y no son titulados en comunicación ante las que me descubro la cabeza por su brillantez. Incluso he llegado a tener a alguno como jefe al que admiré y sigo admirando. Son casos excepcionales. A aquellos no titulados que lleguen a ser como ellos, enhorabuena. Van a tener mucho que aprender y demostrar. Pero déjenme que apele a la coherencia y a la sensatez, al menos en el caso de los que gestionan los medios de comunicación públicos para reclamar abiertamente que las personas contratadas para informativos, ya sea para ocupar una plaza por concurso o ya sea en una de las subcontratas que trabajan para los medios, sean profesionales titulados en comunicación. Si no, ¿qué mensaje se está enviado a la sociedad y a los millones de personas que han decidido estudiar una carrera universitaria en este país? ¿Reforzamos la idea de que su esfuerzo y su coherencia no valen para nada? ¿De que es mejor irse de aquí hacia un lugar en el que se les aprecie? ¿Acaso la audiencia no se merece el mayor de los respetos? El hecho no se sostiene, perdónenme.

No me imagino a un chaval que quiera ser abogado formándose en ingeniería. No me imagino a alguien que quiera ser psicólogo estudiando matemáticas. Tal vez la incoherencia que estamos presenciando los periodistas ante casos como el del ente público se debe a que la decisión sobre el perfil de los que pueden concursar la ha tomado alguien que no es titulado ni profesional de nada. Me refiero a un político.

Lo pido por favor, por la dignidad de un colectivo profesional que, con sus aciertos y desaciertos, trata de hacer un bien para la sociedad, manteniéndola informada, para que pueda ser crítica y decidir qué es lo mejor que nos conviene. Lo pido para que podamos mantener la esperanza y no pensar que todo está perdido, incluso ahora, que parecía que las cosas iban a cambiar. Pido un gesto que no habría que pedir en otras circunstancias si todo fuera como debe ser.

Dedico estas líneas a los colegas de profesión y a los alumnos de comunicación de todas las universidades de este bendito país maltratado. A ellos, ánimo y a seguir con lo nuestro.

(*) Periodista