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Columnata abierta

La belleza del piolet

¿En que coinciden las esculturas de Jeff Koons, los iPhone y la depilación brasileña? El ideal de belleza es hoy satinado, pulido, sin mácula. Sobran los pelos, las arrugas y los arañazos. Lo bello es pulcro y liso, como un espejo. Se sacraliza lo impecable hasta hacer de lo banal una religión. Aún más: si se pule, lo feo se transforma en bello, pierde su negatividad y se considera un objeto de consumo. Pensemos en el Balloon Dog de Jeff Koons, un gigantesco perro de colores, horrendo en su perfección, todo apariencia y brillo exterior, pero vacío por completo. Contemplemos un smartphone sin un rasguño a pesar del uso, invulnerable al roce, indestructible hasta que lo decide el fabricante. ¿Y qué decir de esa actriz porno poco agraciada, pero de piel tersa y sin vello púbico? Para Bataille la esencia del erotismo es el ensuciamiento, pero el imperativo de la higiene ha exterminado casi por completo la pelusa corporal. Sólo resiste a esa dictadura de los cuerpos pulidos la fascinante cultura erótica oriental, y a duras penas por culpa del cine norteamericano. Byung-Chul Han es un filósofo surcoreano que desarrolla estas y otras ideas en un maravilloso ensayo titulado La salvación de lo bello (Herder Editorial).

Esta obsesión por lo pulido se ha trasladado a la producción de todo tipo de instrumentos y máquinas. La aparición de nuevos materiales ha favorecido esta fascinación por lo impecable, por las cosas que siempre parecen nuevas. El piolet es uno de esos objetos capaces de ejercer por sí solo un magnetismo extraño. He visto a personas que jamás han subido un peñasco cautivados por su tacto, por el balance de su peso, por su asombrosa combinación de suaves curvas y puntas afiladas. Claro que subyace una imagen icónica, un símbolo de la conexión de los escaladores con las montañas, del esfuerzo, el sacrificio y la vida cerca de la muerte. Aquí también la madera y el acero dieron paso al aluminio y a la fibra de carbono, y hoy un piolet que ha hollado la cima de un ochomil puede lucir bruñido y sin roces, como si nadie lo hubiera estrenado contra la roca y el hielo.

Un piolet puede ser un objeto bellísimo, además de un compañero sobre el que apoyarte en la ladera que asciende, y un seguro de vida si resbalas en un glaciar escarpado. Pero algunos idearon otros usos. El piolet con mango de madera más famoso de la historia no se clavó en la cumbre del Everest, ni antes en la del Montblanc, sino en la cabeza de León Trotsky. Hace 75 años el catalán Ramón Mercader asesinó de esta manera al disidente en su exilio de Coyoacán (México) por orden de Stalin. Como agente de la NKVD -el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, o sea, el organismo encargado de las purgas en la Unión Soviética- Mercader ideó un plan para poder acercarse a un Trotsky custodiado en su residencia por numerosos guardaespaldas. Para ello el espía no dudó en camelarse a Sylvia Ageloff, hermana de una de las secretarias del comunista discrepante. Fue un noviazgo fulgurante, pleno de romanticismo desde el día en que se conocieron en París. Ageloff intentó suicidarse cuando descubrió la farsa de enamoramiento y la verdadera intención del sicario para acercarse a ella. Pero ya digo que antes de eso hubo pasión, y muchos besos y abrazos.

Mercader cumplió 20 años de condena en cárceles mejicanas, regresó a Moscú y alcanzó el grado de coronel en el KGB. Pero cansado de su ostracismo y de las condecoraciones en secreto, acabó sus días en otro paraíso de las libertades. Cuba vio morir al asesino de Trotsky el 19 de octubre de 1978. Pero este óbito no mermó el número de leninistas en el mundo, porque dos días antes había nacido en Madrid Pablo Iglesias, que según YouTube nació comunista y lo fue hasta anteayer. En una carta a los círculos y a la militancia de Podemos, Pablo ha reivindicado sus besos y sus abrazos, el brillo de sus ojos y la belleza de su proyecto político. En realidad repite sin cesar la palabra "belleza" en un texto cursi y relamido de cuatro folios. Tanta insistencia es sospechosa porque, volviendo al ensayo de Han, "la belleza transparente es un oxímoron. La belleza es necesariamente una apariencia". Por eso mismo, "la belleza no se comunica ni a la empatía inmediata ni a la observación ingenua". Poco después de subir su carta de amor a la web de Podemos, cerca de la medianoche, Pablo se giró y en un gesto ágil y preciso clavó su piolet político en la mano derecha de Errejón, de nombre Sergio Pascual. En su epístola en defensa de la belleza, Iglesias cita a Gramsci, Maquiavelo, Marx, Weber y Michels. No es extraño que olvidara la primera Elegía de Duino, donde Rainer María Rilke explicaba que "lo bello no es más que ese comienzo de lo terrible que todavía llegamos a soportar".

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