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Jose Jaume

Rajoy, antisistema

El epílogo de la larguísima carrera política de Mariano Rajoy Brey es el adecuado para la peripecia de un hombre al que nunca, bajo ninguna circunstancia, se le ha podido etiquetar de hombre de Estado. El presidente del Gobierno en funciones ha sido y es un político ni tan siquiera mediocre, sino un alto funcionario de partido revestido, eso hay que reconocérselo, de la astucia necesaria para dar por bueno que dejando pudrir las situaciones en ocasiones se sale del atolladero, acaba por resolverse el problema. Nunca Rajoy, el acomodaticio, ha querido complicarse la vida con asuntos de Estado, tomando decisiones de calado: no hay que atribuir a su iniciativa las medidas económicas, puesto que se limitó ha cumplir con diligencia las órdenes emanadas de Bruselas y Berlín, que, también hay que decirlo, no le incomodaban en lo más mínimo. Rajoy, en la extinta Unión Soviética, hubiera sido el perfecto alto funcionario de la nomenclatura del Partido Comunista: disciplinado, obediente, cumplidor de las órdenes emanadas de la superioridad sin cuestionarlas y mucho menos discutirlas.

Esa peripecia vital es la que le está conduciendo a protagonizar un final lamentable, que roza la astracanada, porque pretender que el Gobierno en funciones no está sometido al control del Congreso de los Diputados surgido de las elecciones del 20 de diciembre, es la constatación de que Mariano Rajoy no acepta los modos por los que se maneja la democracia parlamentaria: la insoslayable supeditación del poder ejecutivo al poder legislativo del que emana. Rajoy entiende que su Gobierno en funciones no puede ser controlado por un Congreso cuya primera función ha de ser la de proveer la elección de un nuevo presidente del Gobierno; mientras tanto, el Ejecutivo en funciones actúa siguiendo su libre albedrío, trata despectivamente al Congreso, haciendo caso omiso a sus demandas de que los ministros en funciones y el propio presidente rindan cuentas ante él. Rajoy se ha convertido en un antisistema; con él todos los ministros, empezando por la vicepresidenta en funciones Sáenz de Santamaría, que, desabrida, responde de malos modos cuando se le interpela por cuestiones que le incomodan.

Mariano Rajoy no ha sido capaz de asumir el resultado de las elecciones: se revuelve contra un Parlamento que ya no es la dócil cámara de la mayoría absoluta de la anterior legislatura, la que se dejó chulear por el Gobierno cuantas veces su presidente estimó oportuno hacerlo. Ahora ve cómo una nutrida colección de insolentes bisoños se le han subido a las barbas, aprestándose a jubilarlo sin contemplaciones. No es capaz de comprender lo que ha ocurrido, al igual que nunca ha sido posible que en el pasado diera por buenas las iniciativas de los grupos de la oposición, a las que despachaba con la displicencia y suficiencia que en él es habitual.

A todo ello hay que añadir su indolencia. Rajoy Brey no está dotado para el trabajo de presidente del Gobierno simplemente porque carece de lo que es imprescindible para ello: decisión. Rajoy no tiene iniciativa, prefiere que ésta llegue por sí misma o que otros la adopten sin que tenga que realizar el suplementario esfuerzo que supone tomarla. Lo hemos visto durante años: todo ha sido ajeno al presidente del Gobierno, la responsabilidad nunca ha sido suya, sino de los demás; él ha estado en La Moncloa y alberga la vana esperanza de seguir habitándola sin hacer nada, que es lo que le gusta. Para una personalidad como la suya ha de suponer un suplicio tener que conceder ruedas de prensa y entrevistas más allá de las razonables: una o dos al año.

Y en esas se le ha presentado una situación inédita: un proceso de investidura que se alarga en el tiempo, que cabe la posibilidad de que desemboque en nuevas elecciones, aunque todavía, en contra de las predicciones de los augures madrileños, no sea el desenlace más probable, lo que le obliga a permanecer en funciones, porque nadie atiende a su "sensata", "razonable" y dictada por el "sentido común" petición de una gran coalición con el PSOE presidida por él, que es quien ha ganado las elecciones, según su particularísima y errónea interpretación de lo que es el parlamentarismo, en el que gana quien más apoyos obtiene en la cámara y no quien llega primero en la noche electoral. Es una tesitura que la burocrática mentalidad de Rajoy no había previsto: de ahí la resistencia a consentir que el Congreso controle sus movimientos. Reiterémoslo: al actuar de tal suerte, Rajoy se ha convertido en un genuino antisistema, importándole un bledo que el cuarteado régimen constitucional quede todavía más a la intemperie.

Rajoy, cercado por la inacabable secuencia de casos de corrupción que socavan a su partido, achacada por algunos de sus ministros, especialmente el calamitoso Jorge Fernández Díaz y el inquietante Rafael Catalá, a una conspiración urdida por poderes ocultos, nos lleva a una crisis constitucional de envergadura: al desobedecer al Congreso, rompe la reglas básicas de la democracia parlamentaria, se sitúa en una posición de insumisión altamente peligrosa por ser quien es: el presidente del Gobierno en funciones. Lo que dirima, llegado el caso, el Tribunal Constitucional carece relativamente de importancia, lo relevante es ver a un jefe del Ejecutivo de un estado de la Unión Europea (con ya poco de unión y menos de europea, si por ello se entiende una colección de valores arrumbados sin sonrojo) ignorar las demandas de su parlamento aduciendo que éste no lo eligió. La disquisición ridículamente jurídica, propia de un hombre como Rajoy, es absurda, ajena a la sensatez y el sentido común tan caros al presidente en funciones.

Sucede que Mariano Rajoy, además de evidenciar el desprecio que siente ante la nueva realidad surgida de las urnas, está ya fuera de ésta. El PP, su partido, ha de actuar para desembarazarse de alguien que lo conduce a la ruina: el partido de las derechas españolas está en trance de dejar de serlo si no sabe quitarse de encima a quien hace tiempo que debió de haber abandonado la escena por dignidad. La abandonó mucho tiempo atrás. Es inútil demandársela.

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