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¿Sa Feixina o la capilla de Ramon Llull?

El ayuntamiento de Palma sigue en sus trece, respecto a la demolición del monolito de sa Feixina, con un discurso a medio camino entre la autosuficiencia y la banalidad. Y es que, tras sesenta años y despojado ya de sus connotaciones franquistas, el empeño por borrarlo sólo evidencia que se siguen enarbolando estereotipos impermeables a cualquier reflexión alternativa.

El empecinamiento ha fomentado un debate plagado en su caso de medias verdades o, lo que es equivalente, de medias mentiras. Y propiciado de nuevo el cansino frentismo que desearíamos terminar de una vez por todas para encarar juntos las hechuras de un mundo mejor. Sa Feixina ya fue domesticada en tiempos de Aina Calvo, pero es que, además, ni el patrimonio cultural aunque el dichoso monumento sea de escaso valor ni la memoria histórica, precisan de un borrón y cuenta nueva que encima es falso, porque el olvido de aquellos luctuosos sucesos o la reparación del daño y sus consecuencias, pasadas tantas décadas, no va a conseguirse derribo mediante. Por lo demás, tampoco las convicciones de quienes denostamos de lo ocurrido entonces precisan en la mayoría de casos, quiero suponer, de ocurrencias que son más bien gestos para la galería. Mejor reivindicar con espíritu constructivo y, en esa literalidad, la propuesta alternativa que sigue.

Recientemente, la estatua de Ramon Llull, que el archiduque Luís Salvador colocó en la capilla del Pont de Miramar, ha sido adquirida por el cabildo de la catedral y quedará de momento en el palacio episcopal, toda vez que su emplazamiento original resultó parcialmente destruido. Así las cosas, ¿qué tal olvidarse de sa Feixina y rehabilitar la capilla? Podría costar poco más del doble de lo presupuestado para hacer tabla rasa con el monolito y, sin duda, el patrimonio colectivo saldría ganando.

Por contextualizar la sugerencia, convendrá recordar que la Associació Amics de L'Arxiduc lleva muchos años empeñada, sin éxito hasta aquí, en allegar fondos con los que reparar esa obra en piedra calcárea de unos doce metros de altura, antaño coronada por un ábside y situada sobre un peñasco con magníficas vistas. Su construcción se inició en 1877, diez años después de que el archiduque llegase a Mallorca por vez primera y, con tal motivo, se celebró una sonada fiesta con la participación de los poetas más conocidos por entonces: Costa i Llobera, Joan Alcover? Se terminó en 1880 y dos años más tarde llegaría la estatua del beato Llull, que permaneció en dicho lugar hasta que un rayo, en 1975, causara graves daños en el emblemático oratorio y sin que el ayuntamiento de Valldemosa, requerido varias veces, haya allegado hasta hoy los fondos necesarios para restituirlo a su estado original.

Visto el resultado, se diría que fue el rayo que no cesa, por remedar el título de Miguel Hernández. Y es que sus efectos no han sido borrados hasta el presente; de ahí que la estatua no pueda colocarse en su emplazamiento primero, que no pertenece al término de Palma y por ello no es acción de su competencia. Sin embargo, un empujón económico con los dineros destinados a demoler sa Feixina supondría el definitivo acicate para auspiciar un esfuerzo solidario y más allá de las fronteras municipales. Porque es patrimonio de todos y, en consecuencia, no me cabe duda de que la inversión sería mayoritariamente aplaudida.

Y si nuestro ayuntamiento, como afirmaron en su día respecto a las terrazas del Borne tema de enjundia donde los haya es proclive a referendos populares para la profundización democrática, ¿por qué no plantear a la ciudadanía de Palma el dilema? A la postre, el postureo, como gustan decir algunos, no sería superior al que viene mostrando, con la ventaja de que apostar por s'Estaca supondría, a más de volver la escultura a su primitiva ubicación (siquiera por conmemorar este año el séptimo centenario de la muerte del beato), un acto de justicia para con la memoria del archiduque y su demostrado amor hacia esta isla. Quizá de la consulta popular resultase una abrumadora mayoría en favor de dicha opción, aunque a los empeñados en demoler pudiera no gustarles el resultado. Contra toda lógica y por seguir en la línea iniciada.

En suma: que cuidar del pasado, aunque no todo lo ocurrido pueda gustar, es también hacerlo con nuestra memoria y sin ella no somos, porque es la centinela contra la amnesia (Shakespeare). La amnistía es otra cosa, pero dejar el monolito en su sitio y rehacer la capilla no supone pacto alguno con los tiempos sombríos de la Guerra Civil y debiera interpretarse como reconocimiento póstumo hacia quien se prendó de Mallorca siglo y medio atrás. De paso, la escultura vuelta a su sitio, dando razón a quien dijo que vivir es, sobre todo, ver volver. Y eso tiene nada que ver con el derribo proyectado y que estas líneas a buen seguro no podrán impedir. Pero me apetecía dejar constancia de que hay otros objetivos más constructivos, repito, en los que invertir.

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