El nuevo crimen de violencia machista que ha conmocionado a Mallorca vuelve a poner el foco sobre una circunstancia tremenda y vergonzosa: somos la comunidad autónoma con mayor tasa de víctimas de violencia de género, según el Consejo General del Poder Judicial. Esta vez el drama ha sido en Son Servera, pero en enero la tragedia fue en Calvià.

La última víctima, de sólo 19 años, ya había tenido que sufrir malos tratos del presunto criminal, que tiene 23 , y por los que fue condenado en 2014 a 22 días de trabajo y a una indemnización de 210 euros.

Vuelve a repetirse la sensación de rabia y de impotencia ante una lacra cuyo goteo sigue incesante pese a manifestaciones, campañas oficiales, o medidas para ayudar a las posibles víctimas. Es cierto que se ha avanzado en la defensa de las mujeres, pero aun así continuamos hablando de miles de dramas vividos en silencio, de auténticas humillaciones que terminan en crímenes.

El asesinato de Son Servera se produce apenas dos días después de que en todo el mundo se celebrase el Día Internacional de la Mujer. Las marchas, discursos, reportajes, no son suficientes para detener una violencia machista que resulta más alarmante en Balears a la vista de los datos oficiales, aunque se recurra al matiz de que el porcentaje es mayor por el incremento poblacional turístico.

El último crimen tiene además un componente especialmente frustrante para quienes intentan acabar con esta lacra: la juventud de sus protagonistas. Sociólogos y psicólogos denuncian que el machismo no sólo no se ha extirpado de las nuevas generaciones sino que crece de manera alarmante. Los llamamientos para que las mujeres jóvenes no permitan que sus acompañantes revisen sus móviles son un reflejo de hasta qué punto las raíces del machismo están hundidas en lo más profundo de nuestra sociedad. Las hijas, e incluso nietas, de generaciones que lucharon para conseguir avances importantísimos en la liberación femenina, las mismas chicas que, en apariencia, viven con gran libertad, siguen inmersas en roles de sumisión en porcentajes elevados.

Vivimos en una sociedad con un doble lenguaje y en la que constantemente observamos comportamientos que son el caldo de cultivo para dramas cotidianos. De poco sirve programar desgarradores reportajes de denuncia al machismo en muchas televisiones cuando llega el Día de la Mujer si en esos mismos canales se emiten diariamente programas donde las mujeres juegan papeles de un sexismo humillante frente al macho dominador que debe elegirlas. O si otros salvan su audiencia con guiones en los que se llega a tratar a las mujeres con términos, modos o exigencias que sólo se pueden calificar como degradantes.

La lucha para cambiar esta realidad no puede ser liderada por el histrionismo sino por las mujeres y hombres más conscientes y solidarios. Sólo con potentes medidas educativas, económicas y sociales verdaderamente transformadoras lograremos revertir una realidad muy preocupante. La responsabilidad de los gestores públicos resulta decisiva y por eso no es una anécdota que en el Govern de Balears, presidido por una mujer socialista, no se respete la paridad de género.