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Felipe González

El paso del tiempo, en un país con memoria muy selectiva como el nuestro, desfigura con facilidad, o condena al olvido, episodios recientes que conviene fijar para entender mejor lo que nos pasa. Y así, cuando algún aprendiz de revolucionario ladra contra lo que no entiende para afirmar sus majaderías, es preciso salir al paso y poner a cada cual en su lugar.

Ahora que ya se tiene suficiente perspectiva, puede decirse sin vacilaciones que Felipe González ha sido la personalidad clave de la evolución política de este país a lo largo del proceso que arranca en los primeros setenta del pasado siglo. En efecto, se apoderó en Suresnes (1974) del viejo socialismo, lo desmarxistizó y adaptó a las pautas de la socialdemocracia moderna (1979), lo llevó al poder (1982) y durante casi catorce años dirigió la etapa más fecunda de modernización del Estado desde la Segunda República. La España que salió de sus manos, ya muy cómoda en Europa, había superado definitivamente los rescoldos guerracivilistas y había dejado detrás los atavismos autárquicos para insertarse plenamente en las estructuras intelectuales y económicas de Occidente. Por último, González, que perdió las elecciones de 1996 tuvo entonces oportunidad de tratar de mantenerse en el gobierno pero declinó juiciosamente el poder en manos de quien había ganado las elecciones, se retiró pronto de la política activa y dejó paso generosamente a las jóvenes generaciones.

Tratar de encenagar esta limpia trayectoria, como intenta algún resentido social con ínfulas mesiánicas, es tan repulsivo como inútil.

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