Pedro Sánchez no ha logrado, en sus dos primeros intentos, los apoyos y ni siquiera las abstenciones suficientes para ser investido presidente del Gobierno. A partir de ahora se abre un nuevo marco de actuación con negociaciones que serán determinantes para saber si se debe desembocar en una nueva convocatoria de elecciones.

El candidato socialista ha topado, principalmente, con los obstáculos insalvables y el agrio discurso de quien, a priori, debía ser su principal socio, Podemos. Por contra, ha tenido el respaldo insuficiente de Ciudadanos, partido al que muchos consideraban socio natural de un PP con el que ha acabado rompiendo relaciones. Son los comportamientos incomprensibles, o por lo menos insuficientemente explicados, de la política.

PSOE y Podemos son incapaces de entenderse para llegar a La Moncloa y en cambio dan estabilidad, junto a Més, al Govern de Balears. ¿Resulta transferible el ejemplo de estas islas para un pacto de Estado capaz de formar Gobierno? La cuestión debe responderse desde los matices y teniendo en cuenta los avatares y la experiencia del día a día del Ejecutivo balear. Los líderes de los partidos afectados en las islas han reclamado la equivalencia para Madrid del entente PSOE-Podemos. De alcanzarse, cosa muy dificultosa en estos momentos, deberá hacerse con mayor estabilidad y solvencia de la aplicada en Balears, por mucho que Francina Armengol fuera una de las primeras en solicitar el acuerdo y Laura Camargo haya pedido en los últimos días la influencia de la presidenta balear ante Pedro Sánchez para establecer puentes con Pablo Iglesias.

A nivel estatal, los partidos deberían aprender a navegar por los cánones de la pluralidad y el diálogo. También del respeto mutuo porque este es el mandato de los electores y todo hace pensar que las mayorías absolutas están lejos de volver a tomar asiento en las instituciones. Después de las últimas elecciones autonómicas, a los políticos de Balears no les ha quedado más remedio que adaptarse a esta nueva realidad pero, a la vista de los resultados y comportamientos observados en los ocho meses de Govern transcurridos, está claro que lo han hecho de modo insuficiente, sin acabar de entender que la fragmentación política es enriquecedora y debe resultar, por igual, práctica y efectiva.

Un pacto de gobierno no puede instalarse en el sobresalto ni acrecentar vías de desconfianza. Con motivo del día de Balears, esta misma semana, hemos contemplado cómo la presidenta del Parlament, de Podemos, -un cargo aséptico y de marcado signo institucional como pocos- irritaba por igual a PSOE, Més y hasta a la oposición, por el contenido de un discurso impropio del cargo y las críticas veladas al Ejecutivo que la formación de la presidenta respalda desde el exterior.

Podemos también cuestiona la facultad de Medicina, ha tambaleado la ecotasa y marca distancia en Educación y Servicios Sociales mientras abona su protagonismo sin querer asumir responsabilidades ejecutivas. Evidentemente, este no es el mejor ejemplo para formalizar un Gobierno de España. La experiencia del laboratorio balear resulta muy mejorable.