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Antonio Papell

Guerras de familia

Una de las fotografías más expresivas de la jornada de ayer fue la de Mariano Rajoy en su escaño de presidente en funciones en el hemiciclo, con sonrisa beatífica de placer profundo, que le fue tomada mientras Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, los dos principales líderes de la izquierda, se destripaban a voces y palabras gruesas en el curso de la sesión parlamentaria.

La otra instantánea significativa era la del propio Rajoy con un rostro ceñudo, entre indignado y desolado, mientras escuchaba la voz tranquila de Albert Rivera cuando le decía sin circunloquios que su tiempo ha pasado, que él no es la persona adecuada para dirigir el cambio que la sociedad española reclama con audible intensidad. Tanto la izquierda como la derecha están, en definitiva, cuarteadas internamente por guerras intestinas.

Ayer vimos con claridad que el principal objetivo de Podemos no es llevar a cabo las grandes reformas encaminadas a la modernización de España y de las reglas constitucionales que parece alentar una gran parte de la ciudadanía sino, sencillamente, conseguir el poder, "tomar los cielos por asalto", adueñarse de todos los resortes de la gobernación como han hecho los últimos caudillos populistas latinoamericanos, de Chaves a Correa, antes de la última gran decadencia de esos modelos. Por eso, la oferta de pacto de Sánchez no llega a calar en ellos ya que aleja y contamina su verdadero objetivo que es el 'sorpasso', la aniquilación de su rival en el propio espacio político. En cualquier caso, el tono destructivo y engallado de Iglesias al descalificar al líder socialista recuerda la táctica "clase contra clase" que la Internacional Comunista puso en marcha en 1928 al definir la socialdemocracia como "ala izquierda del fascismo" y enemigo principal de comunismo.

En el otro lado, Rivera se encaró con Rajoy, para responder a las críticas que éste le había lanzado poco antes por su deslizamiento hacia el PSOE y su renuncia a pactar con el PP. "Usted ni cree ni quiere la reforma de España -dijo el líder de C's al presidente en funciones-, desprecia esas reformas, no quiere luchar contra la corrupción, esta nueva etapa requiere coraje y valentía para actuar?". Para preguntarse poco después: "¿Tengo que pensar que al que le da pereza intentar formar gobierno va a ser valiente para reformar España de arriba abajo?".

La pacífica guerra ideológica, que tan fecunda ha resultado en este país ya que nos ha permitido ir logrando los sucesivos avances a cada alternancia, ha dado paso a infecundas guerras de familia, en que lo viejo y lo nuevo colisionan a gran velocidad. En la derecha, el viejo partido Popular, sumido en un extraño marasmo y corroído internamente por una corrupción galopante que no se ha sabido (¿ni se ha querido?) atajar a tiempo, no consigue paliar su decadencia ni reaccionar pese al gran varapalo el 20D, después -y esto es lo difícil de entender- de haber conseguido encarrilar la economía.

Por babor, la crisis es más ardua porque proviene de una cierta abdicación de toda izquierda europea, sorprendida por la gran crisis de 2009 e incapaz de afrontarla con las armas de la racionalidad económica y el debido respeto a los derechos sociales. No hay duda de que Podemos es hijo de la consolidación fiscal que, sin la menor preocupación por sus víctimas, emprendieron los gobiernos europeos para hacer frente la recesión, y que el socialismo tampoco supo evitar o, al menos, combinar con la preservación de lo más jugoso de los estados de bienestar. En este hemisferio, la guerra entre PSOE y Podemos está abierta y es enconada, y no cesará seguramente hasta que haya vencedores y vencidos.

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