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Llorenç Riera

Balears tampoco se filtra entre minorías

Ha cambiado, y mucho, la capacidad de maniobra y el significado de las representaciones pero prácticamente nada las actitudes y los comportamientos. El 20 de diciembre los ciudadanos remitieron a los integrantes del nuevo Congreso y Senado un claro mensaje de pluralidad y diálogo. A la vista de lo oído durante los dos últimos días, más de dos meses después, parece claro que el mandato de los electores no ha sido digerido por los afectados. El guión del debate de investidura de Pedro Sánchez estaba escrito por adelantado y nadie lo trastocó. Incorporar más bronca y descalificación al mediocre y poco estimulante parlamentarismo español, no puede entenderse como novedad.

En el debate de investidura se ha visto a un presidente del Congreso, Patxi López, interesado en introducir mayor cordialidad y cordura en la Cámara Baja. Tendrá trabajo frente a unos portavoces centrados en pisar terreno al oponente antes que argumentar con oratoria atractiva la solidez y el contenido de sus argumentos y propuestas. Pedro Sánchez está más suelto y eleva su nivel en la confrontación que en el discurso formal. Mariano Rajoy es incapaz de renovar las tesis que le tienen preso de la falta de iniciativa y de la victoria pírrica. Pablo Iglesias eleva su tono dogmático y arrollador olvidando que la novedad no es sinónimo de mayoría absoluta y Albert Rivera logra, contra viento y marea, defender con soltura y coherencia elemental el pacto entre PSOE y Ciudadanos. Pero es un pacto que, pese a los esfuerzos, no consigue incorporar nuevos socios, solo reproches en todas direcciones, que no pueden traducirse en votos de confianza y por tanto, Pedro Sánchez, queda sin investir en primera vuelta. Ahora, de cara a la segunda votación de viernes, descartada la confianza, deberá procurarse la abstención. Es el único camino que le queda para la presidencia del Gobierno. Otra cosa es la capacidad de liderazgo en su partido, la cual, con los trances de negociación y debate parlamentario, sale notablemente reforzada en relación a la noche electoral.

Pero todo ello, contemplado desde Balears y más en concreto desde la realidad actual de este archipiélago, produce una considerable dosis de desasosiego y orfandad. Durante dos días en el Congreso se han vuelto a oír todas las voces y todas las alusiones excepto las que afectan de lleno a estas islas. Por tanto, sus expectativas de mejora y solución, sea cual sea el resultado último de los debates de investidura, quedan, en el mejor de los supuestos, aletargadas.

El principal reproche que se puede hacer a los portavoces es el de la escasez de iniciativa, especialmente por lo que respecta al enquistado Mariano Rajoy. Lo mismo se puede decir en relación a Balears. Ni siquiera se habla de este territorio insular sin marca política específica en las cámaras de Madrid y cuyos diputados integrados en partidos estatales no marcan signo de identidad alguna. Todo lo contrario de lo que pasa con Canarias o Galicia mismo y no digamos Cataluña y Euskadi. La voz y las necesidades de Balears no logran hacerse sitio en el nuevo conglomerado político que intenta formar algún tipo de Gobierno.

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