Algunas veces me he preguntado cómo sería la jubilación del doctor Bonnín, vista de cerca. Esta inquietud surgía como un fogonazo que, tras brillar un instante, dejaba el humo de una preocupación apenas perceptible. Pero el tiempo se nos ha echado encima y, con él, el momento de encarar la realidad. Si he decidido escribir estas líneas es solo porque quiero contribuir a aquilatar, con algunos trazos personales, una figura que debe permanecer en la memoria de nuestra Comunidad.

Es indudable que la pericia del cirujano es una cualidad sobresaliente en el doctor Bonnín; pero, a mi juicio, no es la única ni la que mejor lo define. Su sello de identidad es la forma de relacionarse con los demás, en especial con sus pacientes. Una interacción que se resuelve en la corta distancia; que se materializa en el trato personal desde el principio hasta el final de cada tratamiento. Su sentido de la responsabilidad no descuida nada, y su aversión al azar es completa. Nunca ha consentido dejar cabos sueltos, y si, por casualidad, ha quedado alguno, ahí ha estado él para poner otra vez las cosas en su sitio. Lo cual no quita que, a consecuencia de este afán, haya tenido la tentación de anudar alguna corbata en cuello ajeno; pero esto nunca ha ocurrido, porque también tiene un gran control de sí mismo. En cualquier caso, es de este temperamento riguroso de lo que se han beneficiado tantos pacientes, y, en cierta forma, también es gracias a ello que ha atesorado un capital de gratitud incalculable.

El doctor Bonnín ha sido un maestro ejemplar. Sin embargo, los sabios enseñan con naturalidad materias que no siempre se aprenden fácilmente, por ejemplo: dedicación sin reservas, disciplina, constancia, atención a los detalles, seriedad, concentración, y algo que sólo a un necio le parecerá arrogancia: tener la suficiente confianza en uno mismo como para anteponer el propio criterio a las modas, pues él es un clásico, un admirador de todo lo que ha superado el paso del tiempo, y de todo lo que la experiencia ha acreditado (especialmente la suya, que es abrumadora). En todo esto, por suerte, ha hecho escuela.

Alguien dijo que el médico que sólo sabe medicina, ni medicina sabe. En un mundo que tiende a la especialización, él es una anomalía, pues su curiosidad le ha llevado a interesarse por otras muchas disciplinas. Pero es enl mundo que le ha tocado vivirr simiento vaga errpor suerte s s las conversaciones espontáneas y más intrascendentes donde aflora su visión más aguda y crítica del mundo que le ha tocado vivir; son esos instantes en los que el pensamiento, dejado a su ser, discurre sin restricciones, liberado de la tensión del quirófano; con qué entusiasmo narra sus incursiones en el mundo del periodismo (en una ocasión entrevistó al Dr. Trueta); con qué nostalgia repasa los conocimientos de economía que aprendió de su padre, él sí economista en una Barcelona no menos convulsa que la actual; con qué admiración habla de los genios que fueron denostados e incomprendidos a causa, precisamente, de su genialidad.

En todas las cirugías complejas hay un punto a partir del cual ya no hay vuelta atrás. Ese es un instante misterioso que todos los buenos cirujanos aprenden a controlar. A lo que no se acostumbra nadie es a tener en las manos un corazón que, de repente, se insubordina. ¿Qué tipo de fortaleza hace falta en esos momentos? Digámoslo con claridad, no es la que se ejercita en las canchas ni en los gimnasios; lo que cuenta aquí es la fuerza del conocimiento, la habilidad técnica, la experiencia, y la presencia de ánimo. Esta conjunción de elementos sí es un logro del ser humano, que cada cirujano expresa según su estilo. Y el del doctor Bonnín no se olvidará.

La felicidad, como concepto positivo, siempre me ha parecido pacotilla de la peor calidad. Para mí, lo que más se le acerca es la ausencia de dolor y el vivir en paz. De modo que esto es lo que te deseo, Oriol, por muchos años, ahora que el tiempo se nos ha echado encima.

* Anestesiólogo en el Hospital Universitario de Son Espases