Diario de Mallorca

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Veo a Van Morrison tocando el ukelele en una de sus canciones de estos últimos tiempos la maravillosa Behind the Ritual, y de pronto recuerdo que casi todo el mundo que ama la música de Van Morrison y yo el primero desprecia las canciones de su última época, tan apacibles, tan equilibradas, tan alegres y a la vez tan melancólicas. Ya no hay furia ni misticismo, ya no hay arrebatos de soul incandescente ni esa rabia desolada de sus mejores rhythm'n'blues. Todo es tranquilo, reposado, como un día con nubes grises y un sol tímido en el cielo esos días tan frecuentes en Irlanda, o como el sonido de ese ukelele de cuatro cuerdas que jamás podrá competir con un saxo o una guitarra eléctrica. Keep it Simple, canta Morrison con su sombrero y sus grandes gafas y sus ya casi setenta años a cuestas, sentado en un taburete para no cansarse demasiado, y uno agradece que todo sea así: simple, muy simple, con ese ukelele y las escobillas de la batería y casi nada más, sin grandilocuencias, sin aspavientos, sin gritos ni bailes desenfrenados ni largas tiradas de poesía y delirio.

Malcolm Lowry, que "vivió de noche y bebió de día" igual que Van Morrison durante muchos años, escribió para su epitafio que le gustaría morir tocando el ukelele. No pudo, por supuesto, porque murió cuando seguía viviendo de noche y bebiendo de día, o mejor dicho, cuando bebía de noche y bebía de día y ya no sabía distinguir un ukelele de una zanahoria. Pero Van Morrison, que podría haber corrido una suerte muy parecida a la de Malcolm Lowry, ha logrado el milagro de sobrevivirse a sí mismo y de alcanzar algo muy parecido a la tranquila plenitud. Y ahí sigue, sentado en un taburete y tocando el ukelele y cantando Keep it Simple, para que todo suene así, simple, sencillo, tranquilo, como un día de sol tibio y nubes grises.

Pero mucha gente sigue prefiriendo sus tiempos más borrascosos, cuando todo era furia y fuego y rabia y desolación. Por extraño que parezca, nos fascinan las historias que terminan muy mal como la de Malcolm Lowry y en cambio desdeñamos las que pudiendo haber terminado mal han logrado salir bien, como la de Van Morrison. Hay algo que nos impulsa a preferir lo romántico y destructivo a lo razonable y templado. Y nos seducen los suicidas, los fracasados, los alcohólicos, los que tuvieron una muerte temprana a causa de una terrible desgracia o los héroes que tomaron partido por una causa por delirante o sangrienta que fuese y se dejaron matar por ella o traicionaron por ella o mataron por ella. En cambio, menospreciamos todo cuanto represente buen juicio, templanza, moderación, alegría o sentido común, como esos cielos en claroscuro con un poco de sol y unas cuantas nubes, no muchas ni demasiado amenazadoras, que sólo parecen interesar a los malos pintores de acuarelas. O como ese ukelele de Van Morrison en una canción que alaba las cosas sencillas y la felicidad de poder evocarlas.

Pienso en todo esto cuando leo las críticas contra el acuerdo PSOE-Ciudadanos. Por lo visto, para nuestros grandes intelectuales no hay ningún prestigio en todo lo que suene a centrista y conciliador. Lo que vende, lo que arrebata, son los gritos, las promesas irrealizables, las posturas inamovibles, los dogmatismos incendiarios, la rocosa coherencia de las ideas que nunca jamás se someten a la verificación de los hechos porque los hechos son feos mientras que las ideas son siempre muy hermosas. O izquierda de verdad o derecha de verdad. Nada de acuerdos, nada de propuestas intermedias que son cosa de gallinas y de cobardes. Y ahí están el PP y Podemos oponiéndose a cualquier posibilidad de que este tímido acuerdo de mínimos salga adelante. Y ahí siguen, tan orgullosos, tan encantados de haberse conocido, tan íntegros o bueno, eso pretenden, y tan convencidos de que sólo ellos y nadie más podrá jamás tener razón. Y ahí están, cantando horribles rancheras de Bertín Osborne o recitando pésima poesía cargada de pornografía sentimental, intentando silenciar el modesto sonido de un ukelele que sólo pretende susurrarnos al oído Keep it Simple, para que todo sea sencillo y modesto, nada más. Y así es ese acuerdo, una propuesta de mínimos en la que todos ceden para que sea posible que alguien más se adhiera, nada más que eso y nada menos que eso, a ver si así podemos salir de una vez del tenebroso laberinto en el que nosotros mismos nos hemos metido.

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