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Sindicatos y desigualdad de la renta

El alarmante incremento de la desigualdad en el seno de las economías avanzadas y, particularmente, la concentración de los ingresos y de la riqueza en el 1% que ocupa la parte más alta de la escala de distribución no deja de avanzar. Sin duda, ello es motivo más que suficiente para que sea un asunto en el que muchos economistas están poniendo el foco, al igual que organismos multilaterales y organizaciones no gubernamentales comprometidas en la lucha contra la pobreza.

Por citar solamente algunos ejemplos relevantes, merece la pena referirse a los trabajos realizados, en este ámbito, por el Nobel Joseph E. Stiglitz o destacar cuán asombroso resulta que un sólido, documentado y voluminoso estudio realizado por Thomas Piketty „El capital en el siglo XXI„ se haya convertido en un best seller en diversos países, a pesar de resultar una lectura bastante compleja. El trabajo de Piketty, como es conocido, concluye que actualmente el 1% más rico acumula casi la mitad de la riqueza mundial, mientras que el 50% más pobre de la población a penas posee el 1%. También resulta recomendable la lectura del Informe de Oxfam, "Una economía al servicio del 1%", publicado hace apenas un mes. Organismos multilaterales nada sospechosos de veleidades "izquierdistas", como la OCDE y el FMI, han dedicado, a través de sus departamentos de estudios, esfuerzos para explicar qué es lo que está sucediendo y qué tipo de consecuencias podemos esperar del aumento de la desigualdad.

Comprender los factores que explican este fenómeno es esencial para determinar la forma de corregirlo, siempre que exista voluntad política para hacerlo, porque no nos encontramos ante un problema económico „no existe una ley "natural" que conduzca inevitablemente al aumento de la desigualdad„ sino ante un problema político. La desigualdad económica extrema perjudica a todos, en la medida que debilita el crecimiento económico y perturba la cohesión social; pero es la población más pobre la que sufre las peores consecuencias.

La explicación más extendida sobre el aumento de la desigualdad se refiere a los avances tecnológicos y a la globalización. Desde esta perspectiva, el aumento de la desigualdad tendría algo de ineludible, porque luchar contra ella equivaldría a poner freno a otros fenómenos que incrementan el bienestar mundial. Pero ni el progreso tecnológico, ni la globalización, explican, por sí mismos el fenómeno, o, al menos, no explican que el mismo sea "inevitable". Existen claras evidencias de que los países avanzados se han visto afectados de una forma muy similar por los cambios tecnológicos y por la globalización y, sin embargo, el avance de las desigualdades ha afectado de forma muy distinta a unos y otros países avanzados. En otros términos, resulta necesario complementar el papel que juegan el progreso tecnológico y la globalización, con otros factores de naturaleza más política, como las decisiones respecto a la desregulación financiera o el marco fiscal, particularmente la existencia, o no, de tipos marginales suficientemente elevados para los tramos más altos de los ingresos.

Recientemente he tenido conocimiento de la publicación, en julio del pasado año, de un documento de trabajo de dos economistas del departamento de Investigación del Fondo Monetario Internacional, Florence Jaumotte y Carolina Osorio (y distribuido con la autorización de Olivier Blanchard, entonces Economista Jefe del FMI), bajo el título de "Inequality and Labor Market Institutions". Se trata de un estudio econométrico extremadamente interesante, que analiza las causas del crecimiento de la desigualdad en las economías avanzadas, pero centrándose en la relación existente entre las instituciones del mercado de trabajo y la distribución de la renta, un enfoque totalmente novedoso.

Los citados autores han encontrado evidencias de que un debilitamiento de las instituciones del mercado de trabajo „en términos más coloquiales: los términos en que dicho mercado está regulado y el nivel de sindicación de los trabajadores„ está asociado al aumento de la desigualdad de los ingresos procedentes del trabajo. Concluyen que cuanto menor es la fortaleza sindical y menor es el peso de la negociación colectiva, más aumentan los ingresos de quienes más ganan en las empresas, y más se erosionan los salarios más bajos, produciendo un aumento de la desigualdad.

Resulta original conocer que existe una fuerte correlación negativa entre el nivel de sindicación y la proporción de ingresos que se concentra en el nivel más alto de la escala. Hasta el momento, la opinión más extendida es que unos sindicatos fuertes, con gran poder de negociación, pueden mejorar los niveles salariales bajos y medios, pero se pensaba que no tenían impacto alguno en los más altos de la gradación salarial. Los autores argumentan que cuando existe una sindicación muy pequeña, los ingresos de los trabajadores con salarios bajos o medios se perjudican, por lo que, por una parte, aumenta necesariamente la participación de los directivos más altos y de los accionistas en la distribución de la renta; pero es que, además, cuanto menor es el nivel de sindicación, más se reduce la influencia de los trabajadores en las decisiones corporativas, incluyendo aquellas que hacen referencia a la retribución de los altos directivos.

Para los economistas de orientación neoclásica, una regulación del mercado laboral que protege a los trabajadores, a través de garantías de diversa naturaleza, o la existencia de unos sindicatos fuertes constituyen causas de rigidez del mercado, y ello dificulta la "libertad de contratación", disminuyendo la creación de puestos de trabajo. Como en casi todo argumento, algo de razón puede existir. La cuestión es si, además, hay razones que justifiquen determinadas rigideces; es decir, ¿podemos hablar realmente de libertad de contratación cuando las partes tienen un poder de negociación desproporcionado? Resulta evidente que no, y por ello, la existencia de sindicatos de trabajadores pretende equilibrar, al menos en parte, esas diferencias; o sea, los sindicatos fuertes son capaces de compensar los indeseables resultados de un mercado desrregulado.

Una reflexión final: a la luz de las conclusiones del estudio de Jaumotte y Osorio a las que me he referido, sería interesante estudiar hasta qué punto el hecho de que España figure a la cabeza del aumento de las desigualdades en el conjunto de los países de la Unión Europea (OCDE dixit) está más o menos relacionado con la fortaleza de los sindicatos españoles de trabajadores y con el estado en el que ha quedado la regulación del mercado de trabajo tras su reforma en febrero de 2012.

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