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Joaquín Rábago

No es la nuestra era de constructores

Distinguía Friedrich Nietzsche en su Gaya ciencia entre la era de los actores y la de los constructores. Nuestra era, decía el filósofo, es la de "los actores, todo tipo de actores", gente que convierte su oficio, el papel que desempeña en carácter, pero con la que nada duradero puede construirse.

Si bien calificaba esa época, la de los actores, como "la más interesante y fantástica", añadía que de ella salen especialmente perjudicados "los grandes constructores". "Queda desalentado el aliento de los planes de vasto alcance, empiezan a escasear los genios de organización", escribía. Y se preguntaba a continuación: "¿Quién se atreve todavía a emprender obras cuya realización obligaría a calcular en términos de milenios?"

Ya será imposible construir nada importante "una sociedad en el sentido antiguo de la palabra", explicaba Nietzsche porque para ello "hace falta todo, ante todo el material. Nosotros no somos material para una sociedad. He aquí una verdad que es hora de que sea dicha". No he podido evitar en pensar en esas palabras tan pesimistas del pensador alemán a la vista de lo que sucede: ya nadie los políticos tampoco piensa en algo que no sea el momento inmediato. Nadie proyecta, como los grandes constructores del pasado, obras que vayan a sobrevivirle.

Faltan, y no sólo aquí sino en toda Europa, líderes con visión de futuro, capaces de construir algo duradero, que los trascienda. Aunque no sea ya para milenios, como las pirámides o las catedrales. El horizonte parece ser siempre el de las siguientes elecciones. En política sobran actores mediocres y faltan constructores.

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