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José Carlos Llop

Amores distintos

Tengo un recuerdo vago sacado de algún libro del poeta polaco Adam Zagajewski que trata del papa Juan Pablo II. Quizá sea de su diario En la belleza ajena, quizá de su ensayo Dos ciudades. Lo he buscado en el primero y no he sabido encontrarlo. En el segundo tampoco: hay días en que uno no encuentra nada y otros en los que lo pierde todo. Zagajewski es de Cracovia, como lo era Karol Wojtyla. En ese fragmento el poeta polaco habla de su abuela y cuenta que una vez por semana la visitaba un cura joven y fuerte y hablaban de filosofía y de literatura. Cuando en 1978 eligieron Papa a Karol Wojtyla, Zagajewski cayó en la cuenta de quién era aquel cura joven que visitaba a su abuela y escribió esa nota. Sin saber que Wojtyla, que había leído al gran poeta Milosz, el maestro de Zagajewski, también escribía poesía. (Uno de sus libros de poemas el único que he leído se titula Tríptico Romano y está publicado en España).

He pensado en aquellas conversaciones de Cracovia y en los poemas de Wojtyla -que tratan del sacrificio-, debido a la noticia que ha circulado esta semana por todos los periódicos: la amistad entre el hombre que sería papa y una mujer casada. Esta semana ha corrido una foto del cardenal Wojtyla en bañador y camiseta frente a esa mujer, que se le acerca con unos papeles en la mano. Están en un bosque, acampados junto al río. El grado de intimidad que hay en esa imagen se respira con claridad, como se respira alrededor de dos personas que se quieren, cuando se encuentran. Cualquiera que esté cerca de ellos lo percibe.

La mujer de la foto se llama Anna-Teresa Tiemeniecka y es una filósofa norteamericana de origen polaco que mantuvo una intensa y larga relación con el cura que sería Papa. Tan larga que duró hasta que éste murió. ¿Qué los unía? Indudablemente una forma de amor: nada más une tanto ni tan largo tiempo. Y probablemente, una de las mejores: el amor que sienten dos inteligencias deslumbradas la una por la otra, que encuentran un encaje perfecto una en otra y otra en una. Esta clase de amor es una conversación todo amor es una forma de conversación y se mantiene en la prolongación de esa conversación. Suele ser una pasión incombustible y su sublimación es un carburante bastante efectivo para la duración del sentimiento y sus emociones. En cuanto a la foto como me dijo Daniel Capó lo más lógico es que la hubiera tomado el marido de Anna-Teresa Tiemeniecka.

Lo sorprendente de todo esto la poesía y el amor duradero es que el cardenal Wojtyla nunca me pareció un hombre refinado. Apasionado y teatral, sí, pero no refinado. Si hablamos de literatura, se parecía más al autor checo Bohumil Hrabal eran bastante similares que a Kafka, por poner un ejemplo de sensibilidad dibujada en el rostro. Su físico era tosco, como tallado a hachazos. Y de gran fortaleza y genio (mal genio a veces). Era un espíritu crecido y hecho en la dificultad y el dolor primero la invasión nazi y su horror, y el comunismo y su desanimización sistemática (y también criminal) después. Un hombre, en fin, que amaba las montañas y la dificultad de su ascensión y que no iba de puñetas cuando algo no le gustaba (recuerden la regañina al bueno y muy culto, que eso no suele decirse de Ernesto Cardenal). Pero también el único repito, el único que durante la apoteosis liberal-capitalista y sus barbaridades estilo Wall Street y sus lobos, y todas las tonterías yuppies y su frivolidad de pensamiento y la adoración y entrega al economicismo hablo de los 80/90, mantuvo la voz crítica muy crítica, por cierto y se enfrentó a esas modas y poderes desde sus sermones y encíclicas de potente carácter social. Esto puede sonar antiguo, o rancio, y ser leído conmiserativa o burlonamente, pero nadie entonces decía apenas nada en contra de aquel salvaje mundo de purpurina y vacío que trajo lo que trajo. Nadie se acuerda que hablar de economía vestía mucho hasta hace bien poco y que otros pensamientos eran despreciados. Sólo él se enfrentó a eso. Al mismo tiempo contribuía apasionada y meticulosamente a la caída del comunismo en Polonia tras el apaño local de Jaruzelski y a la caída del Muro después. (Luego metería la pata estrepitosamente en Yugoslavia, reconociendo El Vaticano a Croacia). Es sólo un pequeño repaso porque la memoria ya no existe y cuando existe se llama Google.

Pero aquí se habla de amor y en el amor reside el deseo o en el deseo, aunque no siempre, el amor y se supone que un lector de poesía sabe de amor. En el caso de Karol Wojtyla yo creía que no, pese a su carácter apasionado. Su rudeza en asuntos sexuales era excesiva. Su condena a ciertas conductas humanas, bastante inmisericorde. Sus sermones africanos respecto al sida eran los de un marciano. Su implacabilidad, tan impopular, parecía a veces inhumana. Y en cambio luego no sabía ver lo que ocurría en ciertas comunidades católicas y era capaz de confesarse con el líder menudo pájaro de cuenta de los Legionarios de Cristo y recibirlo con honor. Sin embargo ahora se nos habla de su amor compartido con Anna-Teresa Tiemeniecka y eso ni parece una tontería, ni algo que pueda tomarse de manera frívola, chistosa o escapista. Hay ahí una contradicción inmensa que es la que precisamente provoca la irrupción del amor en la vida de los hombres. Y no es descartable pensar que la vivencia de esa contradicción la manera de vivir Wojtyla el catolicismo como su principal pasión y combinarla con ella fuera la causa de su visión, tan poco generosa, de la vida sexual de las personas. Al menos es una hipótesis. Porque el verdadero valor de ese amor existió y está en una frase de las cartas de Anna-Teresa Tiemeiecka, donde ella se refiere a su tremendo desgarro interior. "Estoy desgarrada", dice. Y ahí sólo cabe el silencio. La emoción del gran silencio.

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