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Antonio Papell

El miedo y el respeto

Nuestra democracia está consolidada y no hay que temer por ella, pero, como si hubiéramos de resignarnos a una condena milenaria, nos vemos con frecuencia obligados a sufrir alguna de sus peores patologías, que no la matan pero la desvirtúan; no la desactivan pero la deterioran. Y en este impasse, que empieza a colmar el vaso de la paciencia ciudadana, ya asoman los peores reflejos de la caverna hispánica, aquella corriente reaccionaria y secular que tira para atrás constantemente de los faldones del país, según el conocido diagnóstico de Ángel Ganivet.

Celebrado el 20D hace más de cincuenta días, los forcejeos entre los diferentes partidos para intentar una fórmula de gobernabilidad se han enmarañado con la estrategia del miedo, emprendida por el gobierno en funciones, cuyo partido, preso en el lodazal de la corrupción, ve cómo se le agotan las opciones de mantenerse en el poder. Los mensajes apocalípticos, coordinados o no, están en los periódicos: Rajoy anuncia efectos económicos terribles si no se logra la 'gran coalición' que le pretende encabezar. Luis de Guindos y José Manuel Soria han hecho hincapié en este mensaje disolvente, que disuade a los inversores. El todavía ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha tenido el arrojo de decir que "ETA espera como agua de mayo la formación de un gobierno de coalición del PSOE y Podemos". García-Margallo ha declarado que se ha visto obligado a informar en Roma a sus colegas de que "con un posible gobierno de coalición PSOE-Podemos España podría abandonar la coalición internacional"?

Toda esta polvareda, con campañas en los medios, réplicas y descalificaciones, que en el fondo demuestran un gran impudor en el debate político, está siendo vista con frialdad y escepticismo por la ciudadanía, que censura en su fuero interno que algunos, en lugar de tratar de imponer sus ideas mediante el raciocinio y la persuasión, recurran al procedimiento de denigrar al contendiente, de negarle el respeto debido e incluso la condición de interlocutor, e indirectamente de criminalizar a los electores que han optado por una determinada formación política que sería la causante de todos los males.

Las instituciones socioeconómicas, la patronal y los sindicatos, han actuado en cambio con imparcialidad y elegancia en esta coyuntura. Tanto el presidente de la CEOE, Joan Rosell, como de Cepyme, Joan Garamendi, han manifestado paladinamente con la debida elegancia que no temen a una eventual coalición PSOE-Podemos, ni a cualquier otra que haya reunido los suficientes apoyos para gobernar; tan sólo llaman la atención sobre los perjuicios que causaría el descontrol del déficit?

Es siempre muy aventurado intentar ponerse en el lugar del cuerpo social, pero no sería extraño que estos intentos de manipular a la opinión pública y de infundir miedos más o menos irracionales para guiar las preferencias colectivas tengan unos efectos contrarios a los buscados. Y desde luego tales presiones desacreditan a quien las formula con desparpajo y con la tácita convicción de que es fácil engañar a la ciudadanía, de forma que es probable que el autor del desmán termine perdiendo votos en lugar de ganarlos.

No hace mucho tiempo, César Molinas escribía en la prensa catalana: "Para que la democracia pueda funcionar, hace falta que exista entre los ciudadanos una amistad civil basada en unos principios compartidos, en un respeto y en un afecto mutuos que hagan posible la concordia. Sólo así, en concordia, puede funcionar la democracia porque es un sistema de gobierno que supone que la minoría aceptará las decisiones de la mayoría como válidas para todo el colectivo y que la mayoría respetará a la minoría no transgrediendo los límites marcados por la amistad civil aristotélica". La opinión es certera pero esta amistad es una planta escasa en este país.

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