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Antonio Papell

La seducción del PSOE

El PSOE ha preparado un programa de gobierno 'reformista y progresista' con el que pretende seducir a sus hipotéticos partenaires por la derecha y por la izquierda, Ciudadanos y Podemos. Esta estrategia es la única posible ya que no hay otro modo de atraer a un único proyecto a organizaciones de idearios diferentes, aunque no incompatibles entre sí, y el documento en cuestión es atinado porque efectivamente refleja un cúmulo de medidas y de reformas que podrían acometerse sin traicionar en absoluto a los actores participantes en la coalición o pacto de gobernabilidad (la fórmula sería lo de menos en la práctica).

La intención del PSOE, legítima y cabal, es confrontar a sus vecinos políticos, por babor y por estribor, con su responsabilidad, de forma que negarse al acuerdo sea una tarea ardua y difícilmente justificable. Se trata de que no puedan decir que no en términos tanto políticos como morales, porque la negativa acarrearía consecuencias que no pueden compararse con los beneficios que se desprenderían del sí.

La propuesta socialista, que ahora debería ser modulada con las aportaciones paccionadas de los demás socios, permitiría sin ninguna duda acometer buena parte del programa de cambio que las tres organizaciones han presentado a sus respectivas clientelas: la modulación de la política económica para poner fin a los recortes drásticos, la cancelación de las reformas efectuadas por el PP sin consenso alguno (educativa, laboral); la reforma constitucional, más o menos federalizante; las medidas sociales pertinentes, incluso un ingreso mínimo vital sostenible; la reforma de la ley electoral; las medidas de regeneración democrática, etc. Suficiente materia para justificar una legislatura excepcional.

Con todo, el problema no consiste exclusivamente en poner de acuerdo a las tres organizaciones. La realidad es que habrá o no acuerdo si las tres deciden o no que su estrategia más satisfactoria para ellas pasa por la coalición. No se trata de presuponer el cinismo de todos los actores políticos, que actuarían sólo para satisfacer sus propios intereses, sino de reconocer que la política no circula por circuitos filantrópicos precisamente. En consecuencia, dando por supuesto que el PSOE y Ciudadanos tiene un interés objetivo en el pacto -el PSOE porque gobernaría; Ciudadanos, porque se afianzaría en el espectro y ocuparía un lugar eminente en el hemisferio conservador-, habrá o no acuerdo tripartito según lo que decida Podemos, un partido cuyo principal afán es ocupar todo el espacio izquierdo del espectro, esto es, sustituir al PSOE.

Esta afirmación no es una hipótesis: Iglesias ha explicado a quien haya querido escucharle que su ambición es el poder, y que sólo poseyéndolo tendrá sentido hablar de programas y de política. Por ello ha adaptado su ideario público con una facilidad camaleónica, que le ha llevado desde la extrema izquierda radical hasta el moderantismo socialdemócrata. Y esta es la razón que hace muy difícil que Podemos se embarque en una coalición a tres, ya que el centro de gravedad de semejante alianza estaría evidentemente en el PSOE, algo que Podemos no puede permitir si realmente quiere llevar hasta el final su objetivo de reemplazamiento.

El único argumento que podría suscitar el apoyo de Podemos al PSOE es el más obvio: si no se produce tal respaldo, el poder irá a manos de la derecha o se convocarán elecciones de resultado incierto y en las que quienes no hayan facilitado la gobernabilidad serán seguramente castigados por los electores. En definitiva, parece que la estrategia va a tener irremisiblemente más peso que las ideologías en esta encrucijada en que tenemos que improvisar nuevas fórmulas de gobernabilidad.

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