Es muy lógico que las fuerzas políticas se tomen un tiempo para resolver el sudoku electoral surgido del 20D. Lo irritante no es que tarden en conseguir acuerdos ni que sus vacilaciones puedan terminar en unas nuevas elecciones sino que los actores políticos no den muestras de preocupación por la tardanza, ni se sientan obligados a apresurar el paso a la vista de las consecuencias claramente negativas de su premiosidad.
El primer titular de ayer del periódico de más tirada de este país era éste: "El desplome de la Bolsa agrava la crisis por la falta de Gobierno". Es evidente que la interinidad no inspira confianza a los inversores, ni estimula a los emprendedores, ni convence a los dubitativos en cualquier menester. Hay asuntos, como el gravísimo desempleo, en los que la inactividad es atroz porque la dramática realidad reclama medidas -reanudación de subsidios que caducan, aplicación de nuevas políticas activas, etc.- que mitiguen los problemas y los encaucen hacia una solución.
Pero no: los debates públicos entre los partidos, que no versan apenas sobre convicciones y que se centran en asuntos relacionados directamente con el disfrute del poder, están claramente desvinculados de las grandes inquietudes sociales, como si las fuerzas políticas fueran marcianas, ajenas a nuestra realidad.
