El engrudo que vincula a Podemos con sus confluencias no parece muy sólido. Tampoco el que liga las estructuras centrales del partido con alguna periferia singularizada, como Andalucía, donde los criterios vienen impuestos por Teresa Rodríguez, cabeza del ala crítica. De hecho, cuando Podemos no consiguió cumplir la promesa imposible de que las tres confluencias tuviesen grupo parlamentario propio en el Congreso, la situación se volvió inestable y Compromís rompió la baraja y se marchó al grupo mixto. Otro de los compromisos imposibles que tiene contraídos Pablo Iglesias es el del referéndum de autodeterminación en Cataluña, que ya se ha contagiado de momento a Galicia, donde las mareas lo reclaman con el mismo afán que los catalanes. En Cataluña, las dudas que plantea la inestable posición de Podemos, partidario del referéndum pero no de la independencia, ya han provocado el desmarque de Ada Colau, que claramente quiere formar una agrupación radical autóctona, sin ataduras en Madrid. Evidentemente, la aceptación de los referéndums por Iglesias limita su margen de negociación con las demás fuerzas estatales -con el PSOE en concreto-, que no pactarán con él si mantiene este prurito soberanista y anticonstitucional. Pero si se echa atrás, perderá sus confluencias y quedará con 42 exiguos diputados. Esta es la encrucijada.
