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Con los bebés en brazos

En brazos aunque, por lo que hemos podido observar en pasadas semanas, ¿recuerdan?, a veces no se trata únicamente de tranquilizarlos, amamantarlos o darles calor sino de mostrarse a su través y servirse de ellos para el espectáculo. Es lo que en mi opinión han tenido en común los comportamientos de la podemita Carolina Bescansa y, poco después, del torero Fran Rivera, apodado "Paquirri".

La primera no puso al bebé en peligro y eso supone una diferencia sustancial respecto al estremecedor sinsentido que nos ofreció el segundo pero, en ambos casos, el retoño se empleó para vestir su egolatría y las ganas de cancha mediática, lo cual da otra vez la razón a Nietzsche cuando afirmó que todas las acciones, bajo cualquier disfraz, van siempre orientadas hacia uno mismo. Pese a que no siempre sea tan evidente como en los casos mencionados. Bescansa accedió a su escaño con el pequeño de seis meses que pasó de mano en mano, y de carantoña a caricia fotogénica para allegarse todos, también Iglesias y Errejón, publicidad a su costa bajo la excusa de hacer patente la necesidad de conciliación laboral entre las parejas. Sin embargo, la diputada en cuestión no la tiene, el Parlamento dispone de guardería desde hace diez años y por lo demás, la madre, de una pudiente familia de Santiago, contaba con niñera (a diferencia de esa mayoría que quiso poner, según dijo, sobre el tapete) que quedó fuera y en espera de que finalizase la farsa. En resumen: que te cagas Carolina con el numerito, aunque ello pueda explicarse si utilizó el laxante que lleva su apellido.

Por lo que hace a Paquirri, la foto que colgó en la red, cargando con su hija de cinco meses mientras toreaba, obliga a preguntarse por las circunstancias que hacen posible la coexistencia de insensatez y estupidez. A no ser que cabalguen siempre juntas y, en el caso de Rivera, sin sombra de pudor. El toro o becerra por quitarle hierro, otro que el que le clavaron mostraba sangre en el lomo y a ello debía referirse el siniestro diestro cuando aludió al "orgullo de sangre". Porque si pretendía subrayar la tradición familiar de plantarse frente al astado con un pequeño en brazos, sólo demostraría que la imbecilidad también se hereda, sin que quepa descartar que se trate de un rasgo común al oficio si hay que juzgar por las imágenes que mostraron algunos colegas, desde El Cordobés a El Tato, con sus hijos de por medio para exhibir lo que parece ser costumbre.

Cabrá recordar a todos ellos el proverbio chino: ése de que cuando un sabio sin personalizar, dada la casi unanimidad de las críticas señala la luna, el tonto mira el dedo. Y es que no cabe preguntarse, como hizo Paquirri, si "se está defendiendo al menor o atacando la tauromaquia". Sin duda lo primero, ya que para lo otro no se precisa, a diferencia de él, de niña interpuesta. Y con su "Más segura que en mis brazos no va a estar nunca", la nueva evidencia de que, como decía Sciascia, no hay nada más profundo, más vertiginoso que la estulticia aunque los afectados suelan ser los últimos en enterarse y, para muestra, basta con repasar los alegatos del protagonista y la Unión de Toreros, en su defensa como un solo hombre: las críticas no han sido sino "demagogias interesadas"; todos están "orgullosos de trasmitirles sus valores" (?) o "quien piense que estuvo en peligro es un trastornado". Pero vamos a ver: ¿no es obligado llevar a los niños en el coche con cinturón de seguridad? ¿Y acaso corren más riesgo en el asiento trasero de un vehículo que enfrentados a un animal que embiste o al albur de que el adulto no pueda esquivarlo o incluso tropezar en plena faena?

Podrá admitirse que la fascinación por el riesgo, en el caso de toreros y seguidores, se imponga a reflexiones sobre el maltrato y la crueldad, pero incorporar en su decisión a niños inermes con el único propósito confesado de "trasmitirles sus valores", es pura y llanamente una atrocidad. Y los argumentos para justificar tamaño dislate sólo evidencian el deplorable talante de sus progenitores masculinos, a tal extremo que las imágenes de "toreros con niño" son, en mi caso (ignoraba dicha costumbre), la objeción definitiva para rechazar, a más de la que llaman "fiesta", a sus protagonistas; por depravada la una y descerebrados los otros. Porque no son sólo determinados hechos sino también las palabras quienes revelan al que tenemos delante.

Sólo me queda lamentar que la denuncia cursada en su día por la Oficina del Defensor del Menor fuese finalmente archivada por la Fiscalía tras requerir a Paquirri para que no vuelva a poner a su hija en situación semejante. Una decisión que induce a pensar si tal vez no se ha aplicado mayor indulgencia en este caso con relación a otras conductas de riesgo. Los niños, ninguno, debieran ser objeto de manipulación y el espectáculo, que cualquier día podría terminar en drama de seguir los toreros con su "orgullo de sangre", revela que, a veces, los hijos pueden suponer un premio inmerecido. Por cierto: ¿le seguirá dando el pecho Carolina? Porque ya no se la ve con él.

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