Diario de Mallorca

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La costumbre que tenemos los españoles de mirarnos al ombligo y aplaudir ante lo que vemos debe ser la que ha llevado a que se genere una especie de satisfacción generalizada por lo bien que han funcionado las instituciones, habida cuenta de que quienes redactaron la Constitución de 1978 no habían caído en la posibilidad de que el ganador de unas elecciones se negara a someterse al debate de investidura. Estábamos atrapados en una especie de cuento propio de Lewis Carroll (o de Kafka) porque los plazos para la convocatoria de nuevas elecciones no comienzan a correr hasta que haya un candidato. Con el encargo del rey Felipe a Pedro Sánchez, ya tenemos al menos uno.

Pero tanta complacencia debería matizarse porque, si algo ha sucedido en este mes y medio inútil tras las elecciones, es el desprecio continuo hacia los caminos institucionales. Bien es verdad que resulta la primera vez, dejando de lado el golpe de Estado del 23-F, en que el monarca lleva a cabo un trabajo político y no sólo representativo. Pero los protagonistas de la tarea política crucial, que es la de armar un programa de Gobierno, urdir unos pactos y llevar todo el artilugio a las Cortes, se han pasado por el forro de los trajes, o de las camisas al viento, el respeto de las formas. En vez proponer programas y negociarlos han dedicado su tiempo a mandar mensajes al rey por medio de la prensa enfatizando, encima, los nulos deseos de llegar a un acuerdo razonable. Todo son vetos, líneas rojas, ultimatums y chantajes en vez de buscar lo que parece lógico que se encuentre si de lo que se trata es de dar una salida al callejón que no la tiene. Algo tan natural como establecer los mínimos de coincidencia para una situación que se dice nueva la de un Gobierno coaligado pero huele a rancia ¿qué hay de lo mío?, como siempre.

Con el encargo real al líder de los socialistas parece que damos un paso adelante pero cualquiera que repase las hemerotecas comprobará que en realidad todos los partidos se han pronunciado ya respecto de lo que hasta el momento no era sino hipótesis: la investidura de Sánchez como Presidente de Gobierno. El Partido Popular se ha hartado de decir que no votará a nadie que no sea Rajoy. Ciudadanos ha comparado el dar el sí a Sánchez con ir a la luna. Los grupos nacional-independentistas no abren la boca. Podemos lleva semanas apretando el nudo de la horca y ni siquiera el propio PSOE se muestra feliz con la posibilidad de un presidente socialista. ¿Es eso el reflejo del guión institucional para el debate de investidura? Ni por asomo.

Si a partir de ahora sus señorías se calman, se sientan y hablan, pareceremos un país europeo. De momento la imagen que damos es la de una tropa bananera (llamarla república sería excesivo) en la que, ya digo, todos parecen encantados de haberse conocido. Y de lo que se trata es de que los conozcamos el conjunto de los ciudadanos.

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