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Camilo José Cela Conde

Incomprensible

La semana comienza bien. El partido político al que pertenece el grupo más numeroso (de lejos) del Congreso de los Diputados presiona al rey don Felipe para que no ofrezca a don Mariano Rajoy la oportunidad de presentarse a la investidura como presidente de Gobierno. A su vez, el líder del Partido Socialista, que es el segundo grupo en número de congresistas a una considerable distancia, suspira por lo contrario, porque el jefe del Estado le deje intentarlo. Si el asunto se entiende mal, puede volverse muy pronto peor. Basta con recurrir a la memoria o, si ésta flaquea, a las hemerotecas para comprobar que nada más aparecer los resultados de la cita con las urnas del 20 de diciembre último quien ahora da un paso a un lado repitió hasta la saciedad que su partido, el Popular, había ganado las elecciones cosa cierta mientras que don Pedro Sánchez sacó pecho cuando su partido salía del recuento con el peor resultado de la historia del socialismo en la España de la restauración democrática cosa que es, ya que estamos, igual de cierta que la anterior.

Si el sentido común rigiera las decisiones políticas, el Partido Popular debería presentar de inmediato a Rajoy a la investidura y Sánchez habría presentado ya su dimisión. Ambas cosas deberían haber sucedido ya. A partir de ahí los grupos parlamentarios que coinciden en la más importante de todas las estrategias imaginables, la de dotar al país de un gobierno que acepte la Constitución y coincida en la necesidad de ajustarla a los nuevos tiempos, pactarían lo que en verdad desea la inmensa mayoría de los ciudadanos si sumamos los escaños que les representan, es decir, un gobierno capaz de retomar el día a día de la administración pública, que es su tarea principal, y dispuesto a proponer fórmulas que nos permitan salir del cul-de-sac en el que nos encontramos a causa de los deseos soberanistas catalanes y, a poco que pase el tiempo, de los vascos.

Pero no. Ni el líder del principal grupo parlamentario presenta un programa que permita a los demás barajar las posibilidades de acuerdo, ni el gran derrotado se va dejando que otro ocupe su puesto. Con el agravante de que la fórmula lógica de un acuerdo entre constitucionalistas ni siquiera se toma en consideración pero, con un voluntarismo admirable, Pedro Sánchez quiere gobernar con el apoyo de quienes han declarado por activa y por pasiva que sus principales objetivos son desplazar al Partido Socialista. ¿Incomprensible? Quizá no. La situación no se entiende en absoluto en términos del sentido y los intereses del Estado pero cuadra de maravilla tomando en cuenta los egos personales.

Así que la semana comienza bien para quienes se ocupan de los trastornos mentales y mal para los que creen que la racionalidad impera en nuestras sociedades avanzadas. Por lo que hace a historiadores que se han ocupado de repasar las crónicas, la sensación es de estar metidos en algo que, en España, nos ha pasado muchas veces ya.

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