El periodista D. Ignacio Camacho escribía el día 3 de Febrero de 1.998, un artículo en el periódico El Mundo, titulado Contra el Olvido, en el que incluía esta frase dedicada a los hijos de dos asesinados por Eta: "Os pido que no olvidéis, porque a una persona se la mata dos veces: una con la muerte, y otra con el olvido". Es curiosa la coincidencia, o quizá no tanto, de aquella frase con la pronunciada por la también periodista y escritora, Dª. Elsa Osaba Bailo, miembro de la sociedad Amical de antiguos presos de Mathauseen, que dice así: "cuando el verdugo mata y después exige olvido, mata dos veces". Y es tan acertada la idea del SR. Camacho y de la SRA. Osaba que es válida para cualquier persona a quien se le haya arrebatado violentamente a un ser querido, porque el olvido que mata dos veces, hiere de continuo a los que siguen vivos.

Y es que los muertos tienen esa pertinaz tendencia a ser iguales en su circunstancia, indiferentes al "motivo" de su obligado abandono de su existencia; Stanley Kubrik, le hace decir al soldado J.T. Joker Davis, en su obra La Chaqueta Metálica, a la vista de una fosa llena de cadáveres de civiles asesinados, cubiertos de cal, que "los muertos solo saben una cosa, es mejor estar vivos", clara explicación de que todo lo demás carece de importancia. Como en Vietnam, todos los conflictos humanos que en mundo han sido se han saldado con un sinnúmero de víctimas, que son los verdaderos perdedores de tales confrontaciones. Y da igual que tales muertes se produzcan en lo que se llaman guerras regulares, irregulares, episodios de represión, de contra represión, genocidio, o cualquier otra variedad inventada por la especial brillantez habitualmente demostrada por este tan inhumano género para masacrar a sus semejantes.

No nos equivoquemos esos muertos, esas víctimas, dejados respetuosamente a salvo el sentir y el dolor de sus propios deudos, son de todos nosotros, porque todos nosotros, salvo error por mi parte, pertenecemos a la misma especie de los matados, es decir a la especie de potenciales objetos de la próxima acometida homicida de unos o de otros.

Llegados a esta conclusión se comprenderá que me resulte tan vomitivo el ver utilizar unas o otras muertes para este o aquel objetivo político como observar el olvido para con otras víctimas por aquello de que es mejor no menearlo o por lo otro, igualmente abyecto, de lo políticamente correcto. ¿les suena de algo esa actitud?

Y en ese sentido convendrán ustedes conmigo en que ninguna herida causada en un determinado colectivo de seres humanos, sea cual sea su procedencia, raza, género, creencia religiosa o política, se cierra, ajena al peligro de infección interna o definitivamente, sin el adecuado reconocimiento de esas víctimas.

En nuestra tierra tenemos buena muestra de esta actitud partidaria en el tratamiento de los muertos según sean estos "nuestros" o "de ellos". Lo cierto es que seguimos teniendo el record de desaparecidos de un conflicto, injustamente denominado civil, quizá con el solo rival en esa triste calificación de Camboya. Alguien nos tendría que explicar que peligro guerracivilista conlleva el entregar a un hija, a un nieto, o un pueblo, los tristes y abandonados huesos de alguien que murió, que fue muerto, seguramente por el simple y solitario hecho de estar en un lugar equivocado, pero tendrá que explicarlo muy bien, porque yo no vislumbro causa alguna.

No se crean que hago distingos entre los muertos de aquel conflicto por aquello de su procedencia, sigo pensando que los muertos de un conflicto son siempre las víctimas a considerar por todos, sea cual sea su procedencia o actuación, hasta el punto que me pareció igualmente reprochable que en la base de Pollensa, se quitara hace unos años una piedra o recordatorio con los nombres de trece aviadores alemanes fallecidos en esta Isla, durante aquel conflicto, porque ese hecho se aleja de lo humano y roza lo vengativo, puesto que aquellos hombres también murieron por estar en lugar equivocado, independiente que de aquel monolito sobraran las declaraciones políticas.

Hasta que todos nosotros no lleguemos al convencimiento interior de que los muertos no son de una determinada categoría, según nos apetezca o nos convenga, no seremos menos responsables de su olvido; por eso no queda más remedio que colocar en el mismo archivador ético-moral a quienes con respecto a los asesinados por ETA dicen aquello de "algo habrían hecho" como a los que dicen que el sacar a los muertos de la guerra civil de las cunetas es abrir viejas heridas, tan falto de humanidad es lo uno como lo otro.

El próximo mes de Julio se cumplirán nada menos que ochenta años de aquel negro episodio de nuestras vergüenzas y seguimos con personas, con españoles, en las cunetas y en las fosas comunes y no es excusa el decir que tendríamos que habernos puesto manos a la obra antes; siempre es tiempo adecuado el presente para corregir un error por antiguo que este sea. Ningún país puede llamarse civilizado, democrático, moderno o dar por cerrada una herida causada por un conflicto como aquel mientras tenga junto a sus caminos y carreteras vergonzosamente soterradas, no empleare el verbo "enterradas" por cuanto ello significa un mínimo de humanidad, en multitud de ignoradas cunetas, pozos, riberas o fosas comunes un montón de sus ciudadanos; nos lo han dicho desde todas las instancias y organizaciones, como la propia ONU, sin que por aquí parezca que tal reproche preocupe.

Fíjense que he llegado hasta aquí sin nombrar banderías, bandos, tendencias, partidismos, o cualquier otra distinción, porque a mí personalmente me importan por igual todas las victimas y no solo algunas.

Cese por tanto ese olvido también asesino según Ignacio Camacho y Elsa Osaba. Así que, sin alharacas, sin espavientos, pero con prontitud debe, quien gobierne este país, tanto a nivel estatal como en otros menores, dedicar medios y esfuerzos, no en demoler viejos monumentos, más o menos agraciados estéticamente, sino a rescatar de esa otra gran sima de los huesos, de ese gran Atapuerca que es la Piel de Toro, de todas aquellos desaparecidos, de los muertos de todos; solo entonces podremos afirmar sin rubor alguno que finalmente hemos cerrado aquella herida para bien de todos.

(*) Abogado