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Columnata abierta

La moral de los votos

De todas las confusiones que estamos padeciendo en los últimos tiempos hay una que resulta especialmente dañina para el futuro de nuestra sociedad. La negociación tiene siempre algo de amago, de ocultación. Se asume por todos una representación de roles para alcanzar unos objetivos, o satisfacer los intereses de las partes. Pero conviene no perder de vista el fin último del juego. ¿De qué hablamos cuando hablamos de política? Aunque hay días que preferiríamos instalarnos en una cueva, aislados y en paz, sabemos que no es posible. Somos animales sociables por naturaleza, y sólo podemos vivir y desarrollarnos con normalidad entre nuestros semejantes. Pero al mismo tiempo somos seres egoístas que tendemos a satisfacer nuestros deseos individuales. Por esto necesitamos la política, y también el Estado, para gestionar los conflictos. No la necesitamos porque todos seamos buenos, justos y solidarios, sino por lo contrario. Tratamos de acercarnos a esos ideales gracias a la cultura, la historia y la experiencia. La política debe ser un instrumento para cambiar esa historia, para mejorarla. Y también es un mecanismo que nos permite convivir con personas que no hemos escogido, y que piensan distinto de nosotros. Por tanto es imprescindible someter los egoísmos individuales, y para ello es necesario el poder. No hay política sin poder, pero no vale cualquier poder, ni a cualquier precio. Claro que tampoco hay política sin conflicto, sin desacuerdo, pero la política en una democracia avanzada consiste precisamente en unir desde la divergencia.

Por todo esto la política es algo que va más allá de la moral, y sin duda es mucho más compleja. Si la moral fuese suficiente la política no sería necesaria. Es un error colosal pretender reducir la política al campo de la moral, como si la primera tuviera que ver con la superioridad de unos valores frente a otros. Esto va en contra de la propia naturaleza de la política, y de su fin último, que es la convivencia. No se puede enfrentar la generosidad a la solidaridad, el mérito a la igualdad de oportunidades. No es posible una auténtica justicia social sin una ética de la responsabilidad individual. El buenismo sirve para la moral, no para la política. La moral es desinteresada, la política no lo es jamás. La moral es individual, pero cualquier política es colectiva.

Quiero decir con ello que unas elecciones, salvo en el caso de partidos políticos que defienden una violación sistemática de derechos humanos, y que por tanto deberían estar ilegalizados, jamás pueden presentarse como un enfrentamiento entre buenos y malos. Esto supone una completa perversión de la política y del sistema democrático. Una valoración moral de los votos no sirve como estrategia, ni puede orientar una negociación por el poder. Tampoco puede constituir la piedra angular sobre la que analizar unos resultados electorales. Eso es indecente y profundamente reaccionario. En una democracia solo cabe contar los votos y sumar mayorías. No hay otra manera de hacerlo. Y además hay que garantizar la reversibilidad de las decisiones de los ciudadanos, es decir, que quien accede al poder no lo emplee para perpetuarse en él, o para dificultar su posterior desalojo.

El Partido Popular ha ganado las últimas Elecciones Generales a una considerable distancia del PSOE. Hay quienes lo niegan, porque sostienen que gana el que gobierna. No es así, porque en un sistema parlamentario como el nuestro son dos cosas distintas y compatibles. Se puede ganar los comicios y no conseguir formar gobierno. Es legítimo y muy probable que suceda en este caso. Lo que resulta mortífero para la convivencia futura, es decir, para el fin último de la política, es el comportamiento de Sánchez durante estas últimas semanas. Negarse a escuchar a Mariano Rajoy puede resultar coherente con el reproche moral que le hizo en el debate electoral: "usted no es decente". Que viene a significar: "yo de usted no me fío". Esto último es lo mismo que le dijo Pablo Iglesias a él, y por eso le ha propuesto vigilarlo desde la vicepresidencia. Estamos por tanto en el terreno de la moral, que ya hemos dicho que es una cuestión individual.

Sin embargo, Sánchez ha ido mucho más lejos al afirmar que él no tiene nada que negociar con nadie del PP: "no es no". Con esa negativa frontal a cualquier diálogo Sánchez convierte a los siete millones de españoles que votaron al PP en cómplices del SMS de Rajoy a Bárcenas, gentes que avalan la corrupción y además son entusiastas de los recortes sociales. Eso es tanto como decir que los votantes socialistas aplauden el latrocinio del PSOE con los EREs en Andalucía, o que los seguidores de Podemos apoyan la homofobia, la discriminación de la mujer y un régimen teocrático como el de Irán, que ha regado generosamente a sus líderes para que éstos impulsen su proyecto político en España. O sea, un insulto, una interpretación perversa de la democracia y una actitud que socava gravemente la convivencia social, se llegue al acuerdo de gobierno que se llegue. Esto es lo que sucede cuando el juicio moral a un líder político se traslada a todos sus votantes.

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