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Matías Vallés

González, Zapatero, Rubalcaba, Guerra

Cuesta imaginar personalidades más dispares que Rubalcaba, Guerra, González o Zapatero. Solo un milagro permitió que este cuarteto de torquemadas se cobijara bajo las mismas siglas. Sin embargo, su amenazante gira de retorno a los escenarios no solo desmiente los rumores sobre su extinción colectiva. Demuestra asimismo que su convivencia en un mismo partido de izquierdas en el poder era más inverosímil que el hipotético pacto del PSOE con Podemos, contra el que se han manifestado en insólita sintonía. Debe quedar claro que los aristócratas socialistas no se oponen a la negociación de su partido con Pablo Iglesias, sino que desean impedir que Pedro Sánchez corone la presidencia del Gobierno en la única opción compatible con los resultados electorales. Ya se encargarían de escarbar nuevos obstáculos si Ciudadanos se aviniera a un pacto con los socialistas, por no hablar de los perniciosos nacionalistas. En todo el país no hay nadie digno de González, Zapatero, Rubalcaba o Guerra. Cualquiera lo diría al repasar sus trayectorias, cuando fichaban hasta a Baltasar Garzón para perpetuarse en el poder.

La única esperanza del PP contra Sánchez reside en el PSOE. Cabe incorporar entre los inquisidores a Susana Díaz, probablemente descartada a perpetuidad para La Moncloa porque Madrid no paga a traidoras. Y a Eduardo Madina, gorjeando en Twitter su falta de temple para el liderazgo. Por no hablar de los artículos de ínfima prosa de Joaquín Almunia, un perdedor nato. Los citados comparten una cualidad, ninguno de ellos ha de votar en el Congreso la rendición socialista. Esta duplicidad les permitirá apearse dentro de unos meses de su cerrazón actual, y sostener sin despeinarse que debió negociarse un Gobierno alternativo. Se parecen también en que con sus ardorosos manifiestos no sacrifican ni un átomo de poder ni un euro de remuneración, a diferencia de sus compañeros con escaño a quienes tratan como a títeres.

Por lo visto, Pedro Sánchez tendrá dificultades para nombrar a la mitad del Gobierno que le deje libre Podemos, porque los dirigentes socialistas solo aceptarán una cartera ministerial de manos de Rajoy. El volátil José Bono ni siquiera firma en solitario, encadena sus prédicas a ministros del PP que coinciden en número con los dirigentes de dicho partido detenidos ese mismo día por corrupción. Cuando Aznar sostiene que "Podemos amenaza nuestras libertades", acierta de pleno en el adjetivo posesivo, porque es un freno para las libertades que se han tomado. Sin embargo, nunca se pensó que González empeorara a su sucesor. Primero denuncia la plaga de las prácticas corruptas en abstracto, para encarecer a continuación la participación en las reformas del PP, la mayor fuente de corrupción de la España contemporánea según los juzgados y las cárceles españolas.

González no menciona a Barrionuevo, ni Aznar se refiere a Rato. La frescura con la que se expresan sobre los corruptos ajenos demuestra hasta qué punto se ha instalado la corrupción del lenguaje. Los miembros de la nomenklatura socialista con un mínimo de escrúpulos no apuestan directamente por un fracaso de Sánchez, se limitan a suscribir la inevitabilidad de una repetición de las elecciones. Sin embargo, ni siquiera su estado de embalsamamiento les paraliza hasta el punto de no percibir que la nueva convocatoria obtendría un resultado indistinguible del anterior. En todo caso, delatan que se puede jugar sin contemplaciones con la opinión manifiesta de los votantes. En cambio, los pronunciamientos de los gurús son inviolables.

Mientras tanto, y en su atropellada peripecia final, Rajoy se arriesga a migrar de nulo a contraproducente. Ni siquiera puede esgrimirse la originalidad de Celia Villalobos, al relacionar a los "piojos" con Podemos. En el lejano 1983, Fraga ya acusaba a los socialistas de conservar "ideales hippies". Curiosa similitud, cuando se predica que Felipe González no tenía nada que ver con Pablo Iglesias y el expresidente abomina del mínimo trato con el partido emergente. Cuando González tenía la edad de Iglesias, leninista no era un insulto. Respecto al estribillo de la unidad estatal en peligro, tan recurrente en el argumentario del PP como entre los santones socialistas, el abuelo del actual Rey ya declaraba en 1992 que veía a España "algo desgarrada y con su unidad amenazada". Por lo visto, la amenaza susodicha no es un invento de Artur Mas ni una garantía de inestabilidad, dado que ha coincidido con los años más prósperos del país citado según el PP. La clave está en la atención interesada que se presta al riesgo de divorcio subyacente a cualquier relación, según el nivel de miedo que se pretende alcanzar.

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