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Desgobernados

Uno nunca sabe si es mejor estar desgobernados o ser ingobernables. Esto último, por cierto, solía decirse del pueblo español dado su recalcitrante...

Uno nunca sabe si es mejor estar desgobernados o ser ingobernables. Esto último, por cierto, solía decirse del pueblo español dado su recalcitrante anarcoindividualismo y su ya famosa indocilidad. Aunque tampoco vayamos a recrearnos en los tópicos. Un español también es un ser obediente y necesitado de jefes, aunque sea para maldecirlos por lo bajo.

De momento, las cosas están así. Al presidente en funciones le ha entrado la flojera y se ha instalado en un pasapalabra que ha descolocado a sus adversarios. Como siempre, el hombre se ha situado detrás de la barrera a verlas venir y a disfrutar del espectáculo. Por no hablar de la propuesta, o apuesta, de Pablo Iglesias en plan sobrado, dejando a Sánchez también desconcertado, más por el tono perdonavidas que por la propuesta en sí. Iglesias es listo y sabe que Sánchez tiene hambre de poder. Por cierto, una propuesta con sabor dulzón que esconde, sin embargo, una sorpresa en su interior. Una sorpresa con un fondo amargo. A Iglesias se le notan a la legua sus intenciones. Su sonrisa un tanto traviesa y burlona le delata un día sí y el otro también. Ser el vicepresidente es lo mismo que situarse sobre el hombro de un Sánchez presidente para que éste sienta cada día su aliento. Para ser efectiva, a la propuesta de Podemos le sobraba la sonrisa del destino, que sonaba excesivamente a choteo.

Mientras tanto, seguimos viajando con el piloto automático. Y, la verdad, tampoco se está tan mal. Uno sospecha que el país funcionaría igual de bien o mal sin ellos a la cabeza. Nos han hecho creer que son imprescindibles para el curso de nuestras vidas, que sin ellos nuestras existencias correrían un serio peligro. Bueno, están ahí los mercados que exigen estabilidad, pero eso de la estabilidad nunca se sabe. Qué sabrán los mercados, si son lo más inestable y miedoso que existe, que se encogen a las primeras de cambio y luego, cuando parece que escampa, se creen los tipos más chulos del mundo. Y uno habla ya del mercado como si fuera un ser humano. Lo que hay que leer, amigos. No sólo los mercados, sino la propia CE que vuelve a mirarnos y a tratarnos como si fuésemos los gamberros de la clase a los que hay que sujetar para que no se desmadren más de la cuenta. Qué harán los españoles, siempre tan adictos al caos y a la improvisación. Con los tópicos ocurre que algunos de ellos están superados, pero otros persisten como si fuesen marcas de nacimiento.

Pero, claro, ahí estamos todos pendientes del desenlace, como si viviéramos inmersos en un film de suspense cuyos actores nos están empezando a aburrir, por no decir cosas peores: a asquear. En cualquier caso, llegarán a un acuerdo o, en fin, nos convocarán para otras elecciones, con la pereza que da no sólo el hecho de votar, sino sobre todo soportar otra campaña electoral. Una pesadez que habría que evitar a toda costa. Sucede como con el proceso catalán, que a muchos les da miedo y pena que concluya, pues una vez acabado el proceso habría, para no caer en el tedio, que iniciar un nuevo proceso para tener entretenido al personal. Un amigo mío de Barcelona, tras una larga jornada de trabajo, me confesó que para relajarse enciende la televisión para ver qué tal va el proceso. Antes le agobiaba y le empalagaba tanto proceso y tal. Sin embargo, el proceso se ha convertido en una costumbre anodina aunque relajante. Uno asiste al proceso como quien, tras un sesudo día de trabajo intelectual, decide rebajar las exigencias mentales y entregarse a un capítulo más de la serie. Mientras dure el proceso, hay vida en la Tierra. Ahora bien, el día que demos por finiquitado el proceso ya se pueden preparar para la melancolía y las trifulcas entre los que antes fueron amantes o pareja de conveniencia. Porque vivir es siempre estar en proceso. El viaje, ya saben, no puede limitarse a la llegada, al destino. El viaje es estar en camino. Y ya me he ido muy lejos.

Si la cosa continúa así, nos iremos acostumbrando a estar desgobernados. Aunque sabemos que es mentira, que esos que están ahí son de hecho unos figurantes, que el gobierno real siempre reside en otra parte, en un lugar que no alcanzamos a visualizar.

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